Crónicas de la lectora devota:
“What Happened to Paula: On the Death of an American Girl” de Katherine Dykstra
El género que cuenta a través de crónicas, investigaciones y recursos diversos crímenes reales, ha tenido un especial auge durante la última década. En especial, con la proliferación de todo tipo de recursos que permiten el análisis del crimen como un hecho público, que además, se encuentra a la disposición de una audiencia ávida de información y que posee las herramientas para analizar desde perspectivas novedosas sucesos complejos relacionados con distintas manifestaciones de la violencia. Se trata de un fenómeno en auge que se convirtió en toda una tendencia literaria, televisiva y cinematográfica que reconstruye todas las manifestaciones de la violencia de una manera nueva.
A la vez, la reinterpretación de crímenes desde un ángulo más cercano a la especulación, ha permitido que nuestra cultura — acusada a menudo de vanidosa, frívola y superficial — pueda construir una percepción más profunda sobre el significado de la violencia. Una sensibilización progresiva del hecho fundamental del bien y del mal en nuestra época. El llamado género del los crímenes reales, es en realidad un recorrido a través de ideas más elaboradas sobre la interpretación cultural que brindamos a la muerte, el maltrato, el miedo y la destrucción de la identidad a través de circunstancias brutales. Y tal vez, esa nueva concepción del horror del monstruo humano que — posiblemente — habita en cada uno de nosotros, lo que hace que sea tan popular, controvertido y en ocasiones, cruel.
Tal vez por eso, What Happened to Paula: On the Death of an American Girl (2012) de Katherine Dykstra, sea una excepción a la ingente cantidad de material sobre testimonios de primera mano acerca de la violencia. Desde el ritmo, el tono y la forma, el libro es un recorrido a través de los orígenes de la violencia, que tiene más interés en repasar el contexto que rodea un hecho de naturaleza criminal brutal, que el suceso en sí. La escritora reconstruye un hecho delictivo de especial crueldad, pero no lo hace desde la óptica del que observa, cuestiona o trata de llegar a conclusiones sobre lo ocurrido.
Más bien, encuentra una manera de racionalizar los espacios oscuros de nuestra cultura, para profundizar en cómo contemplamos el hecho del miedo y la incertidumbre. La muerte violenta de una adolescente — y la posterior investigación que rodea el caso — es una muestra fidedigna del trayecto usual que un crimen violento recorre. Del escándalo morboso que le rodea hasta su olvido y normalización, la mayoría de los delitos de especial crueldad suelen convertirse en estadística. De modo que Dykstra se pregunta, a modo de hipótesis siniestra, hasta qué punto nos importa la víctima, por encima del hecho y sus detalles inquietantes.
De hecho, los primeros párrafos del libro están dedicados a un largo recorrido por la norteamérica que se interpreta a través del mapa de los crímenes que acaecen cada año. Con una escalofriante precisión, la escritora comienza por detallar cuántos casos de violencia doméstica, maltrato, acoso, violación, desapariciones y asesinatos ocurren en EEUU en un mes. Lo hace además, para dejar claro, que es una cifra falsa, porque la mayoría de los casos — y su resolución — dependen de la probabilidad que lleguen a la justicia. Que además, la víctima sea capaz de enfrentar un largo y doloroso camino hacia el acceso a los recursos que le permitirán protección legal.
Para hacer todo incluso más duro, Dykstra incluye una recopilación del número de asesinatos no resueltos, las violaciones que nunca llegan al estrado (proporcionado por asociaciones de víctimas) e incluso, un número promedio de todos los casos potencialmente criminales que jamás llegarán al estrado de juzgado alguno. “El número resulta alarmante, pero también, el hecho que no seamos conscientes que por cada crimen que llega a manos de la policía y que es resuelto de manera satisfactoria, hay al menos diez que se convierten en casos sin resolver, sin opciones, sin pistas y en un misterio cultural” explica la escritora con pulcra frialdad. No obstante, el recurso tiene su efecto. Una vez que Dykstra muestra con detalle el contexto que rodea al caso que desea relatar, el libro cobra un sentido por completo distinto. No sólo es un recorrido a través de un caso no resuelto, sino también lo que hace que sea uno entre tantos en un número que aumenta cada vez con mayor rapidez.
What Happened to Paula: On the Death of an American Girl no es un libro simple de leer: como todos los de su género, incluye una ingente cantidad de datos sobre el crimen real. Paula Oberbroeckling, de dieciocho años, salió de su casa en Cedar Rapids (Iowa) el 11 de julio de 1970 y jamás regresó. No fue un evento usual: Por razones que aún se desconocen, Paula iba en pijamas, camisón y descalza. Se le vio caminar por algunas calles del pueblo y después desaparecer, aunque sus padres solo supieron de lo ocurrido el día después.
No hay detalles de llamadas, alguna situación de emergencia o incluso, el estado mental de la víctima al abandonar la casa paterna. Lo único claro, es que las seis personas que llegaron a ver a Paula Oberbroeckling antes de desaparecer, coinciden en que no parecía encontrarse en un estado mental “claro y estable”. De hecho, la escritora conversó con varios testigos y todos coincidieron en que la víctima tenía la apariencia de estar “perturbada, desconcertada y aterrorizada”. Pero ninguno supo el motivo o mucho menos, qué era lo que ocurría en medio de una situación inexplicable.
Cuatro meses después, el cuerpo de Paula Oberbroeckling fue encontrado en una alcantarilla a 25 kilómetros de Cedar Rapids, con las muñecas y tobillos atados. El cuerpo estaba desnudo, pero debido al tiempo transcurrido, no fue posible establecer si había sido agredida sexualmente, mucho menos, las lesiones que le habían llevado a la muerte. O al menos no de inmediato. El proceso de recuperar y llevar a la morgue municipal el cuerpo de Oberbroeckling, se entorpeció por errores judiciales de las autoridades locales, lo que produjo una confusión en la forma en como el cadáver fue recuperado y la zona aledaña investigada. Por más catorce horas, el cuerpo estuvo a la disposición de diferentes funcionarios, que no sólo no respetaron el protocolo para obtener evidencia sino que además, cometieron errores al momento de clasificar la poca que pudo recuperarse en medio de las duras condiciones atmosféricas. El verano de 1970 fue especialmente duro y la sequía provocó que la tierra y los sedimentos que rodeaban el cuerpo de Paula Oberbroeckling, fueran un obstáculo al momento de analizar todo indicio que pudiera rodear la escena del crimen.
Al final, el desordenado trayecto y la culminación de un protocolo deficiente condenó al caso al fracaso casi desde sus primeros días. Cincuenta años después, el caso de Paula Oberbroeckling sigue sin resolverse. Y lo que es más angustioso aún, lo ocurrido se disolvió en cientos de casos semejantes. Para principios de 1980, el caso fue considerado inconcluso y la mayoría de sus pruebas fueron destruidas. En primer lugar, por exigencias de un juzgado que intentaba mantener la “privacidad” de la víctima y en segundo lugar, por un incendio en las instalaciones de los tribunales del pueblo. Paula Oberbroeckling no solo desapareció y fue asesinada, sino que su caso cayó en medio de un desagradable limbo que borró su nombre de los anales legales.
Katherine Dykstra dedicó más de diez años a la investigación de todo lo ocurrido después que el caso de Oberbroeckling se consideró parte del ingente archivo de crímenes violentos no resueltos. La posición de la escritora es además, privilegiada. Su suegra Susan, oriunda de Cedar Rapids, ya había comenzado la larga investigación sobre las circunstancias confusas, errores y al final, el descuido general que rodeó el caso de Oberbroeckling. Lo había hecho además, con la finalidad de llevar a cabo un documental acerca de algo tan inquietante como el hecho que la muerte de una adolescente, sea considerado una estadística anónima.
Para cuando Katherine comenzó a interesarse en los recaudos y el proceso de reconstrucción del crimen que Susan llevaba a cabo, ya se trataba de un proyecto mayor, mucho más amplio que un documental. “Comprender por qué matan a las mujeres y el contexto que rodea a la violencia que tienen como objetivo lo femenino, fue una revelación desagradable y angustiosa que dio forma al libro, pero también a la conciencia del peligro que acecha al margen de la ley” dice la escritora en uno de los capítulos más estremecedores del libro. En él, cuenta como el caso fue considerado menor, como no hubo partidas de búsqueda ni tampoco, la posibilidad de encontrar a Oberbroeckling a horas de su desaparición.
En una reconstrucción escalofriante, Dykstra cuenta cuantos días tardó la policía local en tomar en serio la denuncia de los padres de la víctima. Cuantas semanas, llevó que un grupo de agentes dieran seis recorridos sin herramientas de búsqueda apropiada a través del bosque circundante al pueblo. Los meses que llevó que la policía asumiera que se trataba de un crimen. De hecho, para cuando el cadáver de Oberbroeckling apareció, todavía el jefe de las autoridades locales, insistía en que la desaparición tenía todas las característica de una “huida caprichosa” de una adolescente con problemas. “Quizás nunca sabremos si Paula pudo haber sido rescatada. Unas horas pueden ser la diferencia entre la vida y la muerte de una víctima. Paula nunca tuvo la oportunidad de incluso aspirar a esa mínima diferencia”.
El libro es de hecho, una gran recopilación sobre los errores y dolores que atraviesan las víctimas que necesitan ser reconocidas como tales. A Paula Oberbroeckling no se le consideró sino hasta el momento que su cuerpo fue encontrado. “Solo en 2017, 3.222 mujeres fueron asesinadas en Estados Unidos. Aquí hay una enorme herida abierta que, nunca tratada, está supurando justo debajo de la superficie de la sociedad estadounidense. Rara vez hay igualdad legal entre hombres y mujeres al momento en que se reflexiona acerca de las consecuencias legales de los crímenes violentos en su contra”, escribe Dykstra. “De esta manera, una mujer casi siempre estaría en desventaja”.
Para sus últimas páginas, Dykstra entra el duro terreno de admitir que todas las mujeres del mundo están de una u otra forma, en peligro. Que los crímenes que se comente en su contra, tienen un valor legal mucho menor al de un hombre. “Hay un elemento terrorífico en el hecho que seamos tan vulnerables a la violencia. No sólo la que nos las que nos infringen, sino después, las que envuelve la forma como se comprende esa violencia” dice Dystra. Quizás el mensaje más aterrador que What Happened to Paula: On the Death of an American Girl pueda mostrar en toda su profunda y dolorosa crueldad.