Crónicas de la lectora devota:

Out of Darkness, Shining Light de Petina Gappah

Aglaia Berlutti
10 min readSep 27, 2019

África siempre será un territorio desconocido, sobre todo desde la mirada de la literatura que se empeña en describirle e imaginarle como un territorio de leyenda, a mitad de camino entre lo mitológico y lo salvaje. Por ese motivo, la exploración del continente que llevó a cabo el médico escocés del siglo XIX David Livingstone, es una referencia obligada al momento de profundizar al respecto. No sólo se trata que Livingston asumió la labor de recorrer África desde la perspectiva del investigador, sino además que su sensible exploración de lo étnico a partir de una óptica respetuosa, le valió la admiración de lectores y expertos alrededor del mundo. Como observador, Livingstone intentó comprender el misterio de África y no desentrañarlo desde los mecanismos europeos que se sostienen bajo la concepción conceptual del prejuicio o la idealización. Entre ambas cosas, su visión de un mundo desconocido es casi inocente, amable y bondadosa.

Por supuesto, su dedicación ha sido ampliamente documentada: hay al menos cien libros que recorren su experiencia, la reinterpretan e incluso, uno que otro la crítica con notoria malicia. ¿Hay alguna perspectiva novedosa desde que pueda abordarse a un personaje tan intrigante como tan exhaustivamente descrito? La escritora Petina Gappah la encontró en su novela Out of Darkness, Shining Light aunque su enfoque en realidad es más un recorrido hacia las zonas oscuras de la historia de un gran hombre: todo lo que rodeó a su muerte. ¿Es una versión del misterio? Podría serlo: Gappah deja claro en la amplia bibliografía de su libro que consultó unos treinta libros para meditar sobre la muerte — sólo la muerte — del gran hombre. Pero hay mucho más que esa búsqueda acuciosa y perenne sobre la concepción de una obra que supera a la realidad y entra en el terreno del mito. Y es entonces cuando Gappah, metaforiza la cuestión de la incertidumbre sobre la personalidad de Livingstone como algo más que un juego de datos: la versión que imagina la escritora tiene una conexión directa con el propósito, con el poder y la convicción de quien fuera uno de los primeros acercamientos europeos con el continente africano. ¿Quién es este hombre que transita el terreno entre el miedo y la fascinación, a través del conocimiento empírico? ¿Es su muerte tan importante como su vida?

Para Gappah lo es y de inmediato deja claro el motivo. No se trata de una aproximación morbosa ni tampoco un recorrido a través de los terrores, convertidos en percepciones del bien y del mal como parte de algo más profundo. Livingstone está a punto de morir y con él, su historia y conocimientos. Por tanto, la incertidumbre existe, se encumbra, se sostiene, avanza, se condiciona. Gappah elabora un recorrido de la oscuridad hacia la luz y quizás el nombre de su novela, no sólo de una metáfora sino en realidad, una percepción de una profunda condición sobre el individuo que busca, al final de su vida y más allá de la penumbra del miedo, un símbolo sobre el cual sostenerse. Un motivo por el que sus vibrantes primeras líneas son toda una declaración de intenciones “Así es como sacamos de África el pobre cuerpo roto de Bwana Daudi, el Doctor, David Livingstone, para que pudiera ser llevado a través del mar y enterrado en su propia tierra”. El recorrido de una travesía en sentido inverso, hacia una plenitud lóbrega que Gappah describe con elegancia y precisión.

La novela, dividida en varias voces narrativas, comienza su recorrido desde la perspectiva de Halima, una joven esclava devenida en talentosa cocinera, comprada por Livingston a su abusador amo anterior. De hecho, toda la dinámica de Halima, es una mirada muy amplia a través del universo en que el Livingston debe moverse: este hombre europeo debe enfrentar la idea de la esclavitud desde la liberación, de nuevo la luz y la oscuridad mezcladas como una percepción ideal de la identidad del aventurero. Halima es el símbolo de la distancia de Livingstone con su concepto sobre África pero también, con la perspectiva que el Europeo tiene sobre el poder y que la novela maneja como un reflejo de cierta indolencia. Una y otra vez el argumento analiza la lealtad a toda prueba de Halima, pero también, el hecho que está unida a Livingston a través de una historia incómoda que ninguno de los dos trae a colación y que de hecho, es un secreto entre las pequeñas capas de otros tantos. La esclavitud existe y está allí como una gran presencia invisible pero también, el vinculo emocional que une a esclavo y amo.

Halima es además, una mujer comprometida con preservar el legado del hombre que acaba de morir y por el guarda un profundo respeto. Acompaña el larguísimo recorrido del cuerpo de Livingstone desde el lugar de su muerte a través de 1.500 millas hasta la costa este de África. El recorrido es pintoresco, audaz, emocional. El cadáver navega junto a Halima pero también, el recuerdo del hombre que le enseñó a vivir en libertad, aunque nunca llegó a cortar del todo los vínculos de poder que les unían a ambos. De modo que Halima es un amiga, que a la vez es un esclava pero también un testigo. Gappah elabora una percepción entre todas las ideas distintas que convergen a través del recorrido y observa a la historia de Livingstone como líneas de un mapa que se entrecruzan entre sí. Halima llora, se enfurece, mira el Río Nilo en el que navega y sueña con la posibilidad de elaborar una percepción ideal sobre el legado del hombre que ha muerto sin expresar nunca su última voluntad. Halima es la bondad personificada — o así se llama a sí misma — aunque también, hay algo de interés en su devoción: Livingston es un gran hombre, uno destinado a pasar a la historia y Halima lo sabe. En consecuencia, se considera una heroína, la voz de la conciencia del que ha muerto y también, su reflejo más inmediato.

La segunda voz del recorrido es la de Jacob Wainwright, un esclavo liberto para quien la religión es el sostén de toda su existencia y también, su curioso hábito por la crónica. Es Jacob, quien contará la versión más profunda sobre Livingston, la forma en que se enlaza con algo más profundo y el poder que consume ambas cosas, como una versión de enorme importancia sobre un cierto matiz moral construido en la figura del ausente. Su notorio tono pomposo y su interés por el detalle, convierten a su narración en un curioso recorrido por los misterios de la extraña comitiva a través del río Nilo. “Y soy yo, quien ha de contar la historia que dejamos atrás” escribe en su diario “Soy yo quien ha de hacerlo”.

Jacob además, tiene grandes ambiciones. Sin duda inspirado por la gloria literaria temprana de Livingston, también sueña con publicar sus apuntes, por lo que los corrige una y otra vez con mano firme. Al final, no queda muy claro si lo que Jacob cuenta es la verdad o esa versión corregida, depurada y sostenida sobre una concepción enigmática del homenaje, lo que hace aún más intrigante que este esclavo liberto “que se salvó de la muerte, pero vive en la oscuridad”, cuenta la historia que cree recordar o la más parecida al futuro libro que escribirá. Cualquiera sea el caso, para el personaje es de considerable importancia el hecho de remontar el miedo, el privilegio de la belleza y la concepción de la maravilla que Livingstone le legó, por lo que pasa buena parte del recorrido describiendo el luto que se vive a bordo de la pequeña embarcación con una meticulosa belleza edulcorada. “Le despedimos pero también, nos despedimos de nuestra historia”.

Por supuesto, Halima tiene tus propios sueños de grandeza, como si la cercanía con David Livingstone le hubiera contagiado de una ambición desconocida. Tanto ella como Jacob están convencidos — y no sin razón — que la muerte del amo es quizás la puerta abierta hacia la transcendencia. Y es esa posibilidad de conservar “la herencia”, lo que proporciona un valor extrañamente audaz a su forma de comprender el tiempo y la extensión del trabajo del difunto, pero sobre todo, la extrañas implicaciones que su colaboración — amor, cuidado, escucha, compañía — le brindó. “El amo no era un hombre que conociera el miedo, pero tampoco el valor de su trabajo, de su amor por escribir y mirar” dice Halima, henchida de amor y orgullo por la merca conciencia de haber conocido a Livingstone “Pero nosotros si lo sabemos, si conservamos las palabras como tesoros, las vivencias como piezas de valor de oro y un fervor que rara vez, alguien más que Jacob y yo podrá entender”. La adoración de Halima por Livingstone es audaz, enorme, potencialmente sustanciosa. Una forma de amor.

También, el carácter fatalista de Halima dota a la novela de un aire dulcemente lóbrego que sorprende por su elegancia. “Su muerte lo fue todo para mí”, suspira, mientras remienda las camisas que llevará el cadáver, vigila que los aceites que lo mantienen incólume impregnen la mortaja y mira con lenta tristeza la forma como la piel se torna amarillenta, el cabello se apelmaza sobre la frente lívida. Mientras tanto, Halima sueña con ser liberada — por Jacob o cualquier otro heredero de Livingston — y con una independencia que no conoce. Porque en realidad, la vida para la mujer está vinculada de manera absoluta con la sombra del Amo, con su importancia y trascendencia. “Podría morir ahora que ha muerto” razona “ ¿Pero quién cuidaría de sus recuerdos?”

Tal vez por eso, Gappah decidió que los catorce capítulos con la voz de Halima estén precedidos por los extractos y citas de David Livingstone, como si el personaje no pudiera sobrevivir sin la super presencia del difunto, su brillo y también, su oscuridad. Pero para Halima, el poder que le une a Livingstone trasciende la vida y la muerte, es algo más que una breve elegía que le acompaña a través de su recorrido a través del mar y la costa. Para la esclava, perder a Livingstone implica también, una ruptura con el mundo que conoció hasta entonces, que se enlaza con una parte muy joven de sí misma, intocada y pesarosa. “Era una niña cuando estuve allí y soy una niña, en cierta forma, ahora que se ha ido”.

Por su parte, las 25 entradas del diario Jacob son un recorrido doloroso por sus creencias, la búsqueda de una identidad que no llega a encontrar y también, una forma de comprender la soledad del desarraigo. Jacob era no sólo el confidente más cercano de Livingstone (o así se describe), sino también, ese reflejo mesurado de un temperamento que el personaje describe como “exaltado, en perpetua agonía por el asombro”. Con su tono grandilocuente, para Jacob la noción de la muerte carece de la ternura y el sufrimiento que atormentan a Halima, pero en su lugar, recorre una versión de inusitado valor sobre el dolor privado y paciente. “Juntos recorrimos grandes parajes y llevamos a cabo descubrimientos asombrosos” explica en su diario “pero muerto el Amo y en solitario mi recorrido, me pregunto si hay más puertas cerradas que abiertas a a mi alrededor”.

Al final, la novela avanza hacia su último tramo combinando las voces de Halima y Jacob, en una misteriosa mezcla que tiene algo de mirada asombrada por la vida de Livingstone y lo que acaece después de su muerte. El trayecto que lleva al cadáver hacia el barco que le llevará a Inglaterra concluye en algún punto, pero también, la irónica celebración de las memorias que analizan el ámbito que se entrecruza con el temor al olvido. Para ambos, la figura del barco que desaparece con el cadáver de Livingstone, es también el final de una larga historia compartida, de una búsqueda asombrada sobre África como un gran enigma a medias. Es entonces cuando Gappah muestra lo mejor de su prosa, la sutileza que le permite mezclar la percepción de dos puntos de vista diametralmente distinto con un tipo de ternura insólita. El resultado, es un epílogo que es a la vez un homenaje y una mirada melancólica al pasado.

“Ya no sé quién soy, tantos años después del silencio” cuenta Halima, años después, liberada por el hijo de Livingstone y dueña de una hermosa casa solariega en Zanzíbar. Pero aún así, para ella todo tiene un regusto doloroso que es incapaz de comprender de inmediato. Es libre pero a la vez no lo es: ahora que ya no la une atadura alguna a ningún amo, pasa los días en su enorme propiedad — comprada gracias al dinero de Livingstone — a solas, encerrada en un luto interminable que no provoca el amor o el apego, sino la falta de propósito. “Esclava, viajaba por el mundo entero. Libre soy mi sombra” murmura a la oscuridad de la última tarde en la espera de un viaje que nunca llega, la puerta cerrada al futuro.

Por su lado, Jacob simplemente viaja pero sin iniciativa. “Voy de un lado a otro sin encontrar mis pasos” escribe en su diario “y es la penuria del viento sin nombre al que llamar, el que me aplasta más que cualquier otra cosa”. Enraizada en la vida antes y después de la muerte de una figura central en la vida de un hombre y una mujer por completo opuestos, Out of Darkness, Shining Light, es una búsqueda de significado, una metáfora sobre lo que nos une al tiempo al que pertenecemos y a los recuerdos que dejamos atrás. Una búsqueda extraña, dolorosa e inquietante, sobre los secretos y el asombro, envuelto bajo el recorrido de una figura extraordinaria de la que en realidad, sabemos muy poco. Esta no es la historia de David Livingstone, sino quienes el amaron, le admiraron y le recuerdan. Y esa colección de fragmentos y escenas, es una búsqueda de belleza, una forma de celebración, un homenaje cuidadoso que la prosa de Gappah celebra como una mirada hacia los dolores del olvido.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine