Crónicas de la lectora devota:

The Committed de Viet Thanh Nguyen

Aglaia Berlutti
12 min readMar 26, 2021

Las secuelas literarias, en especial de novelas de especial trascendencia, suelen ser un dilema complicado para el autor. No sólo se trata de brindar continuidad a una historia la mayoría de las veces reconocida y sólida, sino también, de agregar elementos sin desvirtuar su esencia. Pero además, el escritor debe encontrar la forma de construir hilos narrativos lo suficientemente firmes, como para sostener su anterior propuesta en correspondencia a la más reciente. Un delicado equilibrio que muy pocas veces se lleva a cabo con éxito.

Un caso reciente es Ve y pon un centinela el segundo libro de Harper Lee
(2015) y continuación directa de su clásico Matar a un ruiseñor publicado en 1960. Ambas obras intentan ser complementarias, a pesar de estar separadas entre sí por casi cuatro décadas. No obstante, la historia más reciente desvirtúa de manera preocupante el núcleo narrativo de su predecesora. Aún más preocupante, resulta el hecho que su forma de relatar la concepción del tiempo, los ideales y la cuestión moral que Lee desarrolló desde lo emocional en su primer intento literario, desaparece en la obra más reciente. En conjunto, hay una ruptura de discurso dolorosa, además de una percepción sobre la condición humana y su importancia que cambia por completo de una novela a otra.

Considerada por buena parte del mundo literario estadounidense como inconsistente, errática y poco elocuente, la novela Ven y pon un centinela evade la cualidad dolorosa y sensorial de la historia de la cual procede, para alterar su núcleo constitutivo. Se trata de un recorrido menor por un universo mucho más elaborado, que se sostiene sobre ideas y reflexiones que su secuela elimina de forma premeditada y casi descuidada. Con su peso histórico relevante, Matar un Ruiseñor fue un discurso elocuente sobre los dolores culturales, que su continuación no sólo no sostiene sino que además, contradice. Y aunque la versión más conocida es que Harper Lee no quiso jamás publicar la novela y que la llegada a las librerías solo ocurrió cuando perdió poder de decisión sobre la obra, ambas historias continúan siendo una prueba evidente de la complicada percepción de la identidad literaria en contraposición a las dimensiones relativas de un relato coherente.

La novela The Committed del escritor Viet Thanh Nguyen, atraviesa los mismos lugares delicados y de hecho, podría establecerse paralelismos entre su historia y la de Harper Lee. La trama del nuevo libro del escritor es una secuela directa de The Sympathizer, con el que ganó el premio Pulitzer del 2015 y que se convirtió en un éxito discreto dentro del mundo literario estadounidense. De la misma manera que ocurre con la obra de la escritora norteamericana, el nuevo libro de Viet Thanh Nguyen comparte narrador y contexto. Incluso, ideales difusos. Ambas historias analizan la lealtad y el temor cultural, desde una óptica semejante y desde los mismos estratos privados. La posibilidad romper la frágil estructura de una narración que basa su efectividad en la condición de la duplicidad, está presente en ambas obras. Pero además de eso, el hecho mismo de añadir información, profundizar en un universo simbólico y analizar la cuestión de la historia desde un hilo conductor único, provoca el riesgo de desvirtuar la narración como unidad. Mucho más, si la secuela es también, un nuevo planteamiento de la versión de la realidad propuesta en la original. ¿Hacia dónde se dirige la concepción de una obra de ficción sostenida y establecida como una idea sustancial? ¿qué ocurre si la nueva historia toca uno de los hilos fundamentales de la original?

Viet Thanh Nguyen se hace la pregunta varias veces a lo largo de la narración de The Committed. La novela tiene el mismo personaje central que The Sympathizer, un espía comunista, con pasaporte francés pero hijo de vietnamitas. Se encuentra en la peligrosa década de los ochenta y espera no despertar suspicacias “y conservar la vida lo suficiente, para volver al viejo bote de mis padres”. Esos datos son apenas los únicos que el escritor ofrece sobre su personaje. Y de la misma forma que en la anterior historia, comienza su recorrido por la norteamérica profunda que recorrerá en busca de información, haciéndose preguntas sencillas sobre el país que debe observar como un animal al acecho. Su frialdad resulta inquietante, en la medida que describe un silencioso tránsito por la cultura y la sociedad que le rodea. “Un espía no tiene conciencia, no existe, no es parte de nada. De modo que puede estar en cualquier parte, ser quien quiera” explica el narrador anónimo, sentado en un restaurante. Tiene el aspecto de un hombre joven, blanco, pero en realidad es asiático. Pero eso tampoco es notorio. “Si entrecierro los ojos y frunzo los labios, no hay forma que puedas distinguir mi raza” explica. “Tampoco tengo acento, un color de piel que puedas señalar. A la luz del sol, soy un sujeto desconocido con la piel algo tostada. ¿Pero asiático? de ninguna manera. ¿Norteamericano? no lo sé. Y ese el lugar que atravieso, a través del cual, escucho al país que debo desmenuzar en todos sus elementos para atacar”.

En la anterior novela, el sentido de la duplicidad era una engañosa percepción sobre el bien y el mal. En esta ocasión, es una dolorosa necesidad de entender por qué ha elegido uno de los dos caminos. La concepción se hace más elaborada, más dura, más angustiosa. Porque el personaje sin nombre de Viet Thanh Nguyen es un espectro que atraviesa las soleadas playas de California como una sombra. Un día es un sonriente vendedor de periódicos, al otro, un musculoso extraño que recorre la playa al trote. Las personalidades del personaje son elaboraciones cada vez más singulares sobre la connotación de la moral y lo es, gracias a la capacidad del escritor para agregar capas de significado a su percepción de la identidad. Si algo sorprende de la novela, es la forma en que avanza con cuidado entre lugares oscuros e incómodos, de la connotación del tiempo y de la forma que elabora algo más discreto. “¿Qué hace a un país ser lo que es?” pregunta. “¿Qué hace que sea una mirada hacia su pasado o dependa del futuro? ¿cuántos países atraviesan la línea del presente sin preguntarse que es lo que espera, anhela o crea? En la medida que comprendes esa dicotomía, ese doble rostro, puedes imitarlo con muchísima más facilidad”.

Al personaje de Viet Thanh Nguyen le gusta el capitalismo y no lo disimula. Eso a pesar que lo deplora y celebra cada vez que puede sus ideales comunistas. ¿Se trata de hipocresía? El escritor no lo hace tan sencillo y de hecho, es un recorrido cuidadoso y consciente a través de la percepción de lo económico y lo cultural como reflejos de lo mismo. De pie en un muelle sin nombre, contempla a un grupo de barcos que atraviesan el horizonte. Para el personaje, la condición del capitalismo reside en su capacidad de minimizar sus fallas en sus ventajas. Pero a su vez, en la progresión emocional que permite a cualquier ciudadano creer que tiene el control. “Es algo semejante a la colonización” se dice a sí mismo. “En otros países de América, llegaron los maleantes, los desahuciados, los violentos, los asesinos, los marginales. A norteamérica llegaron los peregrinos en en el Mayflower. Familias enteras que le dieron un sentido de necesidad urgente a la destrucción. Mientras el resto de los invasores de otros continentes eran piojosos y violentos criminales, en EEUU eran grupos modélicos romantizados. Pero ambos cometen la misma barbarie”. Para el narrador, la cuestión es la misma que en la anterior novela, solo que llevado a un nuevo y más duro nivel. “A nadie le importa tu prosperidad, sólo que el comunismo lo deja claro y se sirve de tu desesperación. El capitalismo lo hace una épica, que pagas con grandes intereses, por supuesto”.

Claro está, una percepción semejante sobre sistemas económicos y políticos, podría parecer una simplificación, pero Viet Thanh Nguyen elabora una concepción que se sostiene sobre una idea amplia sobre la frialdad y la codicia. Para el espía, cuyo único objetivo son los datos, la información que abarca toda su investigación sobre la vida, las costumbres del país en que se encuentra, no hay un grado de empatía con lo que observa. El personaje, que suele referirse a sí mismo como “dos rostros” está siempre al borde del miedo, la amenaza y la inquietante sensación que podría estar al borde de una muerte dolorosa. “Si los norteamericanos me atrapan, me torturaran. Si dejo que me atrapen y me torturan, lo que me espera si sobrevivo al otro lado del mar es aún peor”. De modo que se mantiene a distancia. Se esfuerza lo mejor que puede en crear la ficción que “existe”. Para el espía, ser un hombre que nadie pueda reconocer es importante. Pero también lo es, que pueda ser confiable — “un rostro risueño, agradable, el vecino a quien puedas sonreír” — como para que el disfraz sea completo. “Se trata de un equilibrio, uno que temo jamás lograr del todo. Pero por ahora es un disfraz convincente”.

El punto de real importancia, es la convicción que hay una línea frágil que está punto de romperse, que podría ser la amenaza a la que debe enfrentar, incluso más que la temida CIA o incluso un vecino desprevenido que note su comportamiento plácido. “No existir tiene sus dolores. Tiene sus espacios de oscuridad y terrores. Siempre me encuentro al margen. Debo recordar el acento, el hecho que sonrío con la boca ladeada, que mis ojos deben mirar a cualquier lugar menos a los ojos. No existir es una fractura, no existir es un dilema intelectual, porque cada día debes decidir qué añadir a la imagen sin peso que flota, que creas que debe ser realista, pero no demasiado para ser recordada”. Para el narrador es el dilema del miedo, de cuánto puede aspirar en medio del riesgo y también, como sobrevivir a sus propios prejuicios. “Cuanto contar, cuanto no deseas hacerlo. Qué vencer cuando sabes que necesitas entender lo que te ocurre, que debes mentir a cada paso. Que nada es cierto, pero necesitas que lo sea”.

Viet Thanh Nguyen está decidido a completar el ciclo de su primer libro. Y lo logra, a medida que ensambla con cuidado, hilos cuidados de historias en paralelo. The Committed es un libro que contienen varias personalidades a la vez, en la medida que su personaje principal, carece de verdadero peso en realidad y subsiste al margen de lo que asume necesita crear para ser reconocido. El narrador anónimo sobrevivió a al asedio, la persecución y el miedo que Viet Thanh Nguyen narró en la aventura previa, cuando debió huir desde EEUU a Francia, en medio de su identidad descubierta. “Tengo un nombre, no sólo dos caras que mostrar. Tengo un lugar, soy real, debo recordarlo con frecuencia”. En The Sympathizer, el espía fingió ser un refugiado de Saigón, un residente pacífico del Sur d California. Pero algo falló en su cuidadoso disfraz. La novela del 2015 cuenta la forma en que el narrador huyó de su posible captura en suelo estadounidense, sólo para ser arrestado en en Vietnam. “No hay competencia posible con las mentiras” cuenta mientras recuerdas sus años de reclusión y en especial, la sensación que todo es un ciclo, que la concepción del miedo sobre su identidad se afianza en el peligro de la destrucción. “No se trata de la muerte, ojalá fuera tan sencillo” admite. “Se trata de todas las formas en que pueden hacerte daño antes que mueras”.

The Committed no es solo la continuación de The Sympathizer, sino también su tránsito elocuente hacia algo más elaborado, hacia la percepción del vacío en medio de lo que es la individualidad contemporánea sometida a la presión política. El escritor, encuentra la manera de narrar las grietas y los espacios de su insistente búsqueda por evitar que le atrapen de nuevo, por ser descubierto, por ser un rehén, una víctima. Y en medio del debate, de la connotación sobre lo temible, hay algo más: la connotación de la búsqueda incesante de un propósito. El personaje es un espía en más de una forma. No solo miente y se esconde, también falsea la información que transmite a Vietnam. Lo hace “porque necesito que una cuota de verdad se quede conmigo”. También hay un tránsito entre el hombre capaz y despiadado de la anterior novela y otro, herido por la experiencia del confinamiento. Uno de los grandes logros de Viet Thanh Nguyen es lograr que la sensación de transformación en su personaje se haga firme, que se transmita de un espacio a otro. No importa si el lector no conoce la historia previa del personaje: los pequeños detalles le dejan claro que este hombre, sin rostro, invisible, mordaz, irritado está decidido a evitar que ser vencido. Ya sea por sí mismo — “el miedo me sofoca y ya no soy tan joven como antes para soportarlo”, por el país del que es un enemigo o del que es un rehén, el espía se encuentra al borde mismo de un riesgo que no sabe conjugar, que no logra comprender en toda su amplitud. “De llevar información, dejaré de tener utilidad. Si no llego a hacerlo, tampoco la tendré” razona el personaje “de una u otra forma, ya estoy muerto”.

Y aunque Viet Thanh Nguyen jamás explica con exactitud cuál es la misión del espía, pronto resulta evidente que lo menos importante es en realidad esa connotación sobre el objetivo. Lo que es en realidad valioso, es la forma como la indignada inteligencia del personaje se sobrepone al espacio de vacío en que subsiste. La forma en que contempla al país a su alrededor. “Mi vecino me ha preguntado si me casaré, si la mujer con que me ha visto, es mi novia. No he podido responderle porque no soy el hombre que recuerda”. El espía ya es capaz de confundirse con todos los que le rodean, tanto como para que nadie pueda reconocerlo. “Una doble piel. Un camaleón que se rompe con lentitud”. En los días en que se afana por recorrer Los Ángeles, que hace preguntas y toma fotografías, no deja de recordar su Saigón natal, en la que era insultado por turistas franceses y norteamericanos. Los mismos que encuentra ahora, con camiseta, pantalones cortos y sandalias. “Al final, la vida es un ciclo extraño, uno doloroso que no logro completar”. Hay una enorme contradicción entre la insistencia de encontrar sentido a todo lo que hace y la probabilidad de sólo ser el hombre eficaz que le entrenaron. “No se a quien miro cuando me miro en el espejo” dice el narrador. Y esa duplicidad, esa mutabilidad aciaga y angustiada, lo que hace del personaje una maravillosa versión sobre la realidad. Su voz lo es todo, aunque en realidad solo describe a detalle el mundo cotidiano que le rodea.

A medida que avanza el libro, es evidente que el espía se encuentra en EEUU en busca de la individualidad, algo que el régimen totalitario en que nació le arrebató. “Quiero ser alguien más que una sombra resquebrajada y creada a partir de todo tipo de trozos de piezas rotas” insiste el narrador, cada vez más humillado, afligido, cansado. Hay una percepción de inusual acerca de la aniquilación de la personalidad, la ruptura de cualquier hilo que le una a algo más íntimo. La novela avanza con seguridad por territorios desconocidos de la mente humana en la que la personalidad es sólo una recreación a medias. El espía ha mentido tanto que ya no sabe quién es y tampoco, desea saber — por ahora — a quien oculta su ingenioso disfraz. Hay algo de humillación y opresión desesperada para entender su espacio vital. El hecho de su propia existencia y al final, los hilos que le unen al tiempo, al propósito, a la búsqueda de una idea fundamental. “Podría no estar, no ser. Enviarían a un hombre con mi apariencia, que diría las mismas cosas que yo, que haría lo mismo que yo, que sería indistinguible de mí”. El espía sabe que el riesgo de perfeccionar su juego de espejos radica en que llegado a cierto punto, sólo será un hombre entre miles. “Y si algo aprendí en medio de la violencia, es que ese es el primer paso hacia la muerte”.

El libro es un ingenioso mecanismo de múltiples escalas y dimensiones. Cada hoja devela un poco de información, sólo para demostrar a los pocos párrafos que podría no ser cierta. Y mientras la identidad del espía se revela y se oculta a intervalos — podría ser el vecino amistoso, el guía turístico, el hombre de pie en la playa — el personaje pierde poco a poco consistencia, sentido y forma. Como si desapareciera en el espacio, en el contexto, en la forma de entender el tiempo que transcurre, los lugares en que se encuentra. Poco a poco, el escritor logra crear la sensación que en realidad, leemos las memorias de otro, que podría o no ser real, pero que son tan realistas para resultar dolorosa. “¿Estoy vivo? ¿estoy en algún lugar? a los que no tenemos nombre, se nos arrebata la posibilidad de cuestionar” se dice a sí mismo.

De pie frente a la costa, junto al vecino que sigue confundiendo con un extraño en la calle, recordando su cautiverio, el espía de pronto es muy consciente que recuerda para recordarse, que se narra a sí mismo para saber a dónde se dirige — o cree dirigirse — , para entender el peso de su propio cuerpo y su rostro. Al final, el libro reflexiona sobre la identidad que se vincula la forma en que miramos el pasado, el futuro y la individualidad a piezas que podrían o no ser reales. “No hay nada más allá del tiempo inmediato. El presente, en que existes como un esfuerzo de imaginación. Los indeseados, los innecesarios y los invisibles, invisibles para todos menos para nosotros” Para el personaje, para el lector y para el escritor, el ciclo del personaje está completo. ¿Cómo? Quizás no haya una respuesta para ese transcurrir de un espacio íntimo. Pero resulta de profundo valor entender el sentido de ese silencio sin objetivo que en ocasiones trastoca la identidad. Quizás el mayor mensaje que Viet Thanh Nguyen, emigrante, hijo de dos países, nómada por naturaleza, pudo transmitir.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine