Crónicas de la lectora devota:

Piranesi de Susanna Clarke

Aglaia Berlutti
11 min readSep 25, 2020

Hace casi una década y en pleno auge del éxito de su colosal novela debut
Jonathan Strange & Mr. Norrell, se le preguntó Susanna Clarke si creía en la magia. La escritora sonrió, se tomó unos minutos para pensar la respuesta y explicó que “su concepto de magia era tan complejo que le llevaría un rato hacerse entender”, lo cual sorprendió al periodista que la entrevistaba. Después de todo, en nuestra época descreída, cínica y mecanicista, la respuesta parecía ser una sola y bastante obvia. Pero para Clarke, las cosas no siempre son aparentes, ni tampoco muy obvias. La escritora, que comenzó con cierta tardanza su andadura en el mundo de la literatura, logró crear lo que se creyó imposible durante años: Una nueva mirada sobre el mundo de la fantasía, basada precisamente en su extraño concepto sobre la magia.

Con Susanna Clarke nada es sencillo ni mucho menos, superficial. La escritora, que conjuga la fantasía con ambientación histórica con enorme sutileza, crea no sólo un contexto creíble para sus historias sino que además, las dota de una verosimilitud que es quizás su mayor triunfo. En combinación, ambas cosas sustentan historias en las que la magia no es únicamente un recurso que impulsa la narración: es también una percepción sobre el poder que subyace debajo de cada escena, giro narrativo y la psiquis de los personajes. Nada es casual en las novelas de Clarke y mucho menos, accidental. Y es esa cualidad de lo verosímil en mitad de lugares y escenarios reconocibles, el particular poder de construir elaborados escenarios en lo que lo fantástico es un elemento vivo con peso propio, es lo que hace de su más reciente novela Piranesi, la perfecta mezcla entre su interpretación de lo fantástico y algo por completo nuevo. Cada pieza de la historia está concebida para crear un ambientes realista que convierte la narración en un híbrido exitoso entre la fantasía tradicional y la novela histórica, ambos géneros mezclados a través de inteligentisimos golpes de efecto y sobre todo, una precisa capacidad para construir una visión sobre un mundo en paralelo. Una y otra vez, Clarke logra no sólo convertir la realidad — lo que concibe como evidente, lo que crea a partir del dato histórico — en una idea a la fantasía dota de belleza. Una mezcla original que crea toda una percepción distinta sobre lo que la imaginación literaria puede sostener y en especial, la capacidad de la interpretación sobre la magia — esa cualidad opulenta que transforma al hombre en un elemento ideal — para crear su propia versión del mundo y la realidad.

En Piranesi, la magia lo es todo, pero también la belleza y lo siniestro. Mezclados entre sí, los tópicos reflexionan sobre un recorrido hasta el límite de lo real — de lo que creemos puede serlo — que colinda de manera directa y casi accidental, con algo más profundo: lo que la fantasía puede crear en el espacio de lo siniestro. Parece una propuesta confusa, hasta que Piranesi, el personaje confuso y bien intencionado que recorre una casa colosal en la que ha vivido desde su nacimiento, comienza a narrar su aventura dentro de una construcción que pareciera, ser una mansión de la regencia inglesa — con abundantes detalles sobre su profuso decorado — pero que en realidad es algo más. ¿Qué? Piranesi no lo sabe, pero lo que sí puede asegurar sin lugar a dudas, es que esta enorme construcción, a mitad de camino entre una mansión de asombrosas proporciones y un mundo con vitalidad propia, es una criatura viva que de una u otra manera, sostiene la vida de Piranesi hasta los últimos detalles. Para el personaje, la casa, el mundo, el universo, la sustancia que crea la realidad, es la misma cosa, lo que hace desconcertante la noción de la envergadura de esta mansión, que a la vez tiene las características de algo más colosal, con todos los rudimentos de una forma de vida y como si eso no fuera suficiente, que se sostiene en un invisible equilibrio con lo que sea está al otro lado de los muros interminables. En realidad Clarke, que describe con mimo a la casa en cada uno de sus detalles — desde el picaporte de cobre de las puertas del fondo y la puerta cristalera de un segundo piso que tiene el tamaño de un pequeño país — está más interesada en que el lector se haga preguntas directas sobre la naturaleza sobrenatural de un lugar que Piranesi asume como único, benevolente e incluso, “una franja de todos los mundos, concentrado en puertas cerradas”. Los primeros capítulos resultan desconcertantes, a medida que el personaje también describe a la casa como una entidad viva que insiste “es de una bondad infinita”.

La casa le acoge con mimo, llena los jardines de una vegetación tupida e interminable, los pasillos superiores (que nunca terminan), con una asombrosa multitud de pájaros y animales pequeños que corretean de un lugar a otro entre las alfombras lujosas, muebles de extraordinaria belleza, y ventanas que se elevan hasta “sólo desaparecen de mi limitada vista” cuenta Piranesi con asombro pero sin miedo. De modo que este mundo dentro de otro mundo, es una concepción poderosa de lo fantástico: existe a medida que Piranesi le descubre, que encuentra puertas nuevas, rincones desconocidos, muebles sin utilidad práctica pero que están repletos de libros que nadie puede leer o cuya escritura, nadie recuerda. Al final, la casa es un universo con sus propias reglas, desde una percepción profunda de salones y espacios infinitos que son reflejos uno del otro. Piranesi, su habitante, es un explorador a ciegas y fascinado por la tremenda proporción del espacio vivo, que deja claro ha viajado hasta “el Salón Novecientos Sexagésimo al Oeste”, pero a pesar de sus esfuerzos, no ha vislumbrado más allá. Durante todo el recorrido, dejó de ser un niño para convertirse en un adolescente, que a medida que se adentra en la casa, encontró huesos de esqueletos y animales, cada vez más rudimentarios. Y además, descubrió que no está solo. Hay “Otro”, sin otra descripción y otro nombre que una figura que de vez en cuando vislumbra entre las ventanas, pero que como él, avanza entre los monumentales e infinitos espacios con la misma tenacidad de Piranesi.

Al principio, la novela y su extensa narración de detalles y situaciones en apariencia disparatadas, pueden parecer tópicas: después de todo, Clarke es tan escrupulosa en sus detalles — su investigación sobre el periodo histórico Victoriano ha sido aclamada por historiadores -que crea un recorrido sorprendente basado en la percepción de la arquitectura, como una forma de magia. De modo que esta opulenta, monstruosa e inexplicable casa, es un escenario extraordinario que depende de cómo Clarke le imprime verosimilitud. La escritora no se reprime y mucho menos, se deja limitar por el hecho real: pronto, la novela parece construir un entramado propio, elaborar una idea sobre lo que ocurre que desconcierta por su profunda capacidad para asombrar. La casa sin nombre tiene su propia proporción monstruosa, de modo que el sótano es un mar en calma y el ático, una llanura interminable y temible que se espesa a medida que se extiende en todas direcciones. La concepción sobre la magia — porque Clarke deja claro que la casa no es un fenómeno en absoluto fruto del azar — se transforma en algo más: en una meditada comprensión de los límites entre lo real, lo ficticio y lo que puede sostener ambas ideas. Esa percepción, parece no sólo construir una elaborada perspectiva sobre la historia que se cuenta — como punto matriz y sobre todo, elemento esencial para comprender el punto de vista de la autora — sino sus sutiles implicaciones. La fantasía, en el mundo creado por Clarke, es algo más que una distorsión de las cosas reales y como se les percibe: Es una puerta abierta hacia una insinuación a la realidad creada a través de dos percepciones disímiles pero que sin embargo se complementan, que juntas crean una noción extraordinario sobre lo ordinario. Un reflejo complejo sobre lo que consideramos irreal, pero que aún así, podría ser creíble. La autora logra soslayar la disyuntiva con una impecable capacidad para construir atmósferas y sobre todo, para brindar a su narración de una enorme sustancia y complejidad.

Para Clarke, la magia forma parte del centro de la trama, pero no la sostiene por completo, sino que de alguna manera, logra crear un equilibrio, entre lo evidente, lo construido a base de firmes datos históricos y la concepción de Piranesi. Si en Jonathan Strange & Mr. Norrell, la visión de Clarke parecía resumir dos mundos a la vez y a la distancia de una narración de múltiples planos, en su nueva novela, la escritura las conjuga a ambas a través de la percepción de su personaje acerca de lo que le roda. La magia, no sólo se asume como una idea perenne, natural, esencial y primitiva sino que además, forma parte de la naturaleza humana, sostiene esa capacidad de la historia para juzgarse. En varias ocasiones, Clarke parece analizar esa arrogancia occidental acerca de su cultura, a través de los juegos y travesuras de una historia que discurre con enorme sencillez en terrenos muy complejos. Un paisaje cuidadosamente construido donde el símbolo y la metáfora parecen confundirse y sin embargo, son sólo el cimiento de una idea mucho más amplia y rica en matices que sostiene el argumento de la novela.

Para Clarke la magia no es un concepto sencillo y la monstruosa casa en Piranesi, es un sistema bien construido para comprender sus alcances, sus espacios y la forma en que delibera la complejidad de lo que el poder — en cualquiera de sus acepciones — puede hacer. La escritora logra crear un intricando universo donde lo plausible — o lo que parece serlo — se combina con lo fantástico hasta que resulta imposible de diferenciar, a medida que su extraordinaria casa deja de ser un simple espacio físico y se transforma en un sostén persistente y asombroso de un tipo de poder inexplicable. La novela avanza con enorme firmeza en escenarios que pudieran parecer artificiales para la habitual narración fantástica y ese, con toda probabilidad, es el gran mérito de Clarke como autora de género. La historia de Piranesi no es sólo una colección de magnificas anécdotas sobre lo que puede ser lo asombroso y lo inexplicable, sino también, las líneas que unen ese misterio con lo que podemos comprender sobre lo sobrenatural y lo temible. Para Clarke, la casa y los recorridos interminables de sus personajes, no sólo son metáforas sobre el bien, el mal, la soledad, el desarraigo y la exclusión, sino también, la convicción de lograr reconstruir lo que podría no tener explicación en algo más poderoso, violento y espléndido.

Por extraño que parezca Piranesi, como novela, no es una robusta interpretación sobre lo fantástico en un ámbito poco común, sino en realidad, es un estudio cuidadoso sobre la distancia, el miedo y lo inconfesable. Si en su anterior libro, Clarke jugó con un coro polifónico de personajes llenos de una rara vitalidad, la soledad de su único personaje en Piranesi es temible y sobre todo, es lo suficientemente angustiosa como para sostener algo más extraño, relacionado con la cualidad de la soledad y el misterio como limites de la razón. Como si eso no fuera suficiente, Piranesi — el personaje — no es un narrador del todo confiable: apenas tiene recuerdos sobre su vida, como llegó a la casa, quien es “El Otro”, por qué pasa gran parte de su vida documentando con buen ánimo todos sus hallazgos en esa extraña metrópolis interminable de los muertos en la que habita. Apenas sabe dos cosas: que está vivo porque su invisible acompañante así lo desea y que su nombre, es de hecho, un homenaje que la tétrica figura a quien no recuerda haber visto, pero con quien sin duda debe haberse topado, le bautizó en una especie de juego de espejos que no termina de ser del todo comprensible. Piranesi tiene miedo pero no el suficiente para no seguir explorando, hacerse preguntas y finalmente, comenzar a avanzar hacia las respuestas.

Piranesi y “El Otro” guardan una relación fortuita y dolorosa que se sostiene sobre lo invisible. Ambos conocen la existencia mutua, de alguna forma dependen de esa concepción que hay una extraña batalla de voluntades en mitad de los colosales territorios de la casa, pero también, son incapaces de sostener algo más que un vínculo quebradizo sostenido en el terror. “El Otro” obsequia a Piranesi con todo tipo de pequeños obsequios, pero también, puede arrojar fuego al lugar en que el duerme, de modo que hay una batalla silenciosa e inquietante, entre dos seres que batallan por dominar, palmo a palmo, lo que la casa es y representa, un enigma que ambos personajes batallan por sostener. Es curioso que el estoico, profundamente noble enfurecido Piranesi de Clarke, sea un reflejo del grabador del siglo XVIII, que asombró a su época por sus extraordinarias visiones de prisiones imaginarias y por su veduta ideate, esa cualidad de cada una de sus obras de representar edificios históricos desde visiones fantásticas y a menudo con aires de pesadilla. Clarke mezcla al Piranesi real con el ficticio hasta construir un personaje que de pronto, hace dudar al lector de sus propias conclusiones tan rápido como ha llegado a ellas: ¿La casa es un monstruo? ¿La casa está viva? ¿Existe la casa en forma alguna? ¿Se trata de parte de la imaginación de Piranesi? La novela no ofrece respuesta, no inmediatas.

El punto fuerte de la narración de Clarke es su enorme capacidad para construir y brindar sustancia a sus personajes: Piranesi es una creación original y compleja, dibujados a palabras con tal mimo que evade con acierto los tópicos del género. No sólo logra esa curiosa mezcla entre lo asombroso y lo cotidiano que los hace parte de una historia que pudiera ser real — sin serlo o quizás, siéndolo dentro de esa percepción novedosa sobre lo verosímil que crea la escritora — sino que además, les brinda personalidades tan profundamente realistas que les comprendemos por necesidad, como si resultara inevitable no asumir sus pequeños defectos y virtudes como parte de su naturaleza, reflejo de la nuestra. Una y otra vez, la atmósfera del libro parece nutrirse de esa conmovedora humanidad con que la autora dota a cada una de sus escenas y diálogos: No hay un solo elemento que no se sostenga sobre el motivo, la circunstancia y esa capacidad de Clarke para brindar una razón comprensible a cada elemento de la trama. Esa visión alternativa sobre la realidad no sólo se sostiene por lo que podría ser verídico sino esa incesante percepción de lo irreal como parte de lo que consideramos creíble.

Tal vez el mayor logro de Susanna Clarke sea ese: elaborar un mundo de fantasía que no sólo sea en apariencia real — o lo suficiente para sostener con enorme solidez la novela — sino la eficacia de ese juego de espejos donde los escenarios de lo real y lo fantástico se confunden en una mistura por completo nueva. Un universo propio en el que gravita esa percepción de lo bello y lo temible, de la magia que existe y se sostiene sobre una idea natural de ella. Esa asombrosa mirada a lo que existe — o puede existir, en todo caso — al borde mismo de la realidad como la conocemos o quizás la queremos imaginar.

Susanna Clarke aspiró a crear un mundo fantástico que pudiera confundirse con el cotidiano y lo logró. Con toda probabilidad por esa razón, no llegó jamás a explicar al periodista curioso lo que pensaba sobre la magia. Sin duda no es tan sencillo descubrir esa linea brumosa y sobre todo, en ocasiones casi inexistente entre lo que consideramos real y lo que construimos a partir de nuestros sueños más intricados.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine