Crónicas de la lectora devota:

Places and Names: On War, Revolution, and Returning
de Elliot Ackerman.

Aglaia Berlutti
9 min readJun 28, 2019

El escenario de la guerra, es uno de los favoritos de la literatura, quizás por su capacidad para metaforizar lo mejor y lo peor de la naturaleza humana. También, por ser una mirada concluyente sobre los terrores colectivos, las pérdidas y sin duda, la esperanza. Al menos, ese es el punto de vista del ex marine, periodista y escritor Elliot Ackerman, que crea en su recopilación de crónicas “laces and Names: On War, Revolution, and Returning un recorrido inusual a través del núcleo intelectual de los conflictos bélicos y su persistencia en la memoria cultural. Ackerman no sólo escribe sobre la guerra, sino que desmenuza los límites del peso de la violencia como evento cultural desde aristas por completo novedosas. El periodista — que ha sido testigo de excepción en varios escenarios de conflicto alrededor del mundo — es también, un observador impasible del contexto de una serie de eventos sangrientos. Durante la guerra, ocurren todo tipo de contradicciones, complicidades y temores. También, de casualidades caóticas que sostienen la percepción del miedo como algo inapelable. Ackerman lo sabe y lo describe con la mano firme de quien conoce los efectos de semejante trayecto hacia algo más profundo que el enfrentamiento armado-. El resultado es una percepción sobre una realidad alternativa que vincula de manera secreta a los bandos en conflicto.

“Si el propósito de la droga es inducir la felicidad, hay pocas dosis más fuertes y certeras que la experiencia de la guerra” escribe Ackerman. Una frase que podría definir mejor que cualquier otra, la forma en que Places and Names: On War, Revolution, and Returning deconstruye el hecho de los conflictos bélicos y les brinda un lugar nuevo para un análisis más amplio. Ackerman, con un estilo preciso, duro y directo no narra historias sobre el poder de las armas, tragedias o los dolores de la guerra, sino que reflexiona de forma intuitiva sobre el aspecto humano que gravita sobre cada enfrentamiento. La salvedad convierte a la novela, en una reflexión intuitiva sobre la identidad y también, en cómo la violencia generalizada no aplasta del todo al individuo real que vive bajo su amenaza.

Places and Names: On War, Revolution, and Returning es una recopilación de historias que se enlazan entre sí para sostener una versión alternativa de la realidad sobre la guerra y también, más profunda que la gran mayoría de testimonios parecidos y contemporáneos al de Ackerman. La novela es un manifiesto de ideas que sin ser pacifistas, humanizan la crudeza de los relatos sobre la guerra y le otorgan un profundo peso simbólico. Para Ackerman, la guerra puede convertirse en “un hilo unificador” y para demostrarlo, describe sus amistades en medio de escenarios controvertidos, algunos temibles y casi todos, potencialmente mortales. El periodista recorre el mundo y a su vez, la paradoja de encontrar afinidad, afecto y compañerismo en lugares impensables. De una u otra manera, Places and Names: On War, Revolution, and Returning es un alegato sobre lo que subyace bajo la noción del terror, la muerte y la agresión masificada. Se trata de una búsqueda profunda acerca de lo que sostiene el miedo como parte de la cultura y de nuestra época.

Se trata de una narración conmovedora, en la que Ackerman refuta todo tipo de ideas sobre lo que empuja al hombre a tomar las armas contra otro. “La guerra tiene un significado que apenas ha variado con las épocas. Dicho de ese modo, parece sencillo, pero implica que el uso que le otorgamos a la violencia ha cambiado demasiado” medita el periodista, mientras cuenta su experiencia fragmentada en lugares tan dispares como Siria y Centroamérica. “La posibilidad de redención siempre está allí y la forma en que comprendemos la posibilidad de matar, también. ¿Qué es la guerra entonces?” se pregunta. El cuestionamiento se repite una y otra vez, a medida que Ackerman profundiza en sus historias pero también, hace más dura su concepción sobre el bien y el mal, en medio de una batalla de ideas complejas y profundamente dolorosas.

Se trata de un recorrido interior que Ackerman conoce bien: el periodista ha llevado a cabo cinco viajes de combate a Irak y y Afganistán. Durante su travesía por la médula de los conflictos bélicos más peligrosos del mundo — como soldado y también, como testigo privilegiado — Ackerman encontró en la posibilidad de reunir historias, una forma de conjurar la dureza de la concepción de lo que la agresión como forma de imposición ideológica — cualquiera sea su anuencia política — puede ser. Lo ha hecho además, con improbable eficiencia: durante los ocho años de misión, recibió una Estrella de Plata y un Corazón Púrpura, las consideraciones más relevantes de EEUU para honrar el valor de combatientes y personal calificado. Entre ambas cosas, Elliot Ackerman encontró que la narración era una forma de sustentar un aprendizaje continuo sobre el corazón mismo de una cultura que acepta la existencia de la violencia, pero es incapaz de analizarla en todas sus implicaciones.

Pero además, Ackerman es un minucioso cronista que elabora relatos de profunda inteligencia sobre el hecho de la violencia, como parte de la vida cotidiana, el hombre y su circunstancia. Con una considerable habilidad para convertir datos y experiencias en historias de profundo interés humano, el periodista convierte a Places and Names: On War, Revolution, and Returning en un recorrido por sus propios recuerdos en combate pero también, un contexto amplísimo sobre la guerra a nivel político. El conflicto en las narraciones de Ackerman se convierte en una peregrinación a través de la valoración moral y cultural de la guerra, lo que permite al escritor profundizar con considerable complejidad sobre el tiempo, la concepción moderna sobre la violencia y por último, la connotación real del conflicto como término y límite de las relaciones ideológicas.

Ackerman brinda un lienzo detallado sobre combates a mano armada que abarcan casi diecinueve años de experiencia continúa sobre el tema: el libro comienza con la llegada de Ackerman al sangriento combate en la Segunda Batalla de Fallujah en Irak. El escenario caótico tiene un indudable toque literario, pero Ackerman tiene la suficiente habilidad para construir un relato coherente en la que la verosimilitud es el principal objetivo. Desde las largas esperas bajo el sol — “el silencio era peligroso” cuenta Ackerman — hasta las refriegas a disparos e incluso a cuchilladas, la batalla se convierte muy rápido en una mezcla de asombrosa eficacia sobre hechos objetivos y la descripción casi emocional del periodista. En un párrafo especialmente aterrador, Ackerman describe como una ráfaga de balas pasa tan cerca de su cuerpo tendido que “puede oler el metal derretido”. Sólo después notará que ha sido herido y que la adrenalina no sólo le evitó sentir dolor sino comprender que bien podría haber muerto, en mitad de un enfrentamiento en que nunca llegó a ver la cara de su enemigo.

El libro avanza once años hacia el futuro: luego de un primer tramo desconcertante por su dureza, de nueva Ackerman se encuentra en un espacio sin nombre y sin definición, perdido en algún punto de la frontera turca con Siria, entre 2013 y 2015. De nuevo, el enemigo es invisible — “escuchas las balas, pero no puedes ver quien dispara” cuenta entre susurros — y Ackerman se encuentra enfrentándose al hecho que la guerra en realidad, es una serie de largas semanas de tensión contenida que no llevan a ninguna conclusión real. “En ocasiones, olvidas que el conflicto se encuentra allí, que te amenaza. Sólo vives, lo haces lo mejor que puede” cuenta para describir la atmósfera enrarecida en la que vivió durante los combates más crudos contra el Estado Islámico y después, la guerra civil Siria. Tanto en una como en otra historia, el conflicto es una combinación de piezas de sensoriales e intelectuales que Ackerman combina con sabiduría. Como si se tratara de una colección de episodios, Ackerman pasa de una escena a otra, las combina y finalmente, las utiliza para reflexionar sobre conceptos más complejos que la simple descripción del ambiente.

“La guerra es la guerra: la frase suele ser un estado mental antes que la descripción de un momento en particular” cuenta el periodista, mientras atraviesa las calles de Siria, en la que cientos de ciudadanos aterrorizados escapan a las balas perdidas, a los edificios que caen a pedazos y los bombardeos esporádicos. Pero en Siria también hay bodas, risas, cenas familiares, incluso risas en los hospitales de campaña de las organizaciones que brindan ayuda humanitaria. Ackerman lo describe todo con una mirada directa y consigue unir las piezas para recordar que la guerra es la guerra, sin duda, pero que también la vida avanza en direcciones desconocidas en mitad de lo impensable.

El viaje del periodista continúa hacia Damasco, y después a un campamento irakí en el Ackerman hará amistad con soldados curtidos con quienes comparte apenas algunas frases en inglés y también, con lugareños desconfiados a los que finalmente, terminará apreciando. Uno y otro, representan para el periodista los extremos del conflicto y también, la forma en que puede resumirse la hostilidad política e ideológica que desencadena la guerra. Las experiencias entrecruzadas de ambos hombres sostienen la profundidad con que Ackerman encuentra sentido y objetivo a la humanidad en mitad de lo que la violencia destruye paso a paso.

Poco a poco, las narraciones de Ackerman analizan el dilema de la guerra y la paz como una búsqueda de sentido esencial: la contradicción de considerar la frontera como objetivo, meta y derrota. Mientras narra las largas conversaciones en el campamento entre soldados y los enemigos que terminan refugiándose entre ellos por mero temor, el periodista encuentra un sentido doloroso al hecho de la guerra como catalizador de todo tipo de terrores culturales. Los hombres sentados alrededor de mesas de madera, heridos, descorazonados y desesperados, hablan a la vez sobre sus experiencias, intentan dejar constancia de su vida ante la inminencia de la guerra. “Cuenta, cuenta, esto puede ser todo lo que pueda mostrar sobre mí” dice un hombre que arde en fiebre, herido de metralla y con pocas probabilidades de sobrevivir. Y Ackerman escribe, elabora un mapa ruta a través del horror y el sufrimiento, que alejado de cualquier sentimentalismo, recorre una ruta esencial para entender la connotación del miedo en zonas y lugares en que la muerte lo es todo.

En Places and Names: On War, Revolution, and Returning el combate es una especie de tiempo continúo a través del cual se entrelaza la vida y la muerte de forma casi delicada: Ackerman se enfrenta a todo tipo de peligros y lo hace con la soltura del soldado pero también, la audacia del periodista. La combinación resulta en relatos de enfrentamientos sangrientos de espantosa crudeza y a la vez, otros de una sensibilidad conmovedora. Incluso las muertes de sus amigos más cercanos — como la de Dan Malcolm, asesinado en una batalla corta pero violenta en Siria — tiene un toque poético para Ackerman: la narración que cuenta las circunstancias de su muerte, comienza con una imagen del brazalete metal que simboliza el luto por el caído y otra, el de plástico que llevaba alrededor de la muñeca la hija de Malcolm cuando aún era una recién nacida. Las imágenes se superponen una a otra para crear una sencilla pero contundente muestra de cariño y sincero afecto. “Si no fuera por el brazalete de acero, el plástico no existiría” dice Ackerman, sin agregar ninguna otra palabra sobre su cercana relación con el hombre fallecido.

Ackerman utiliza todos los recursos a su disposición para enlazar al lector con la narración y lo logra, incluso en los momentos en que la jerga militar hace incómoda la descripción de los sucesos. Pero todo es realista: desde la búsqueda de sentido e información de los soldados hasta la minuciosa descripción del sonido de las balas, hasta la frenética mirada al miedo como eslabón que une cada historia, la mirada de Ackerman brinda una creíble belleza directa y sin concesiones, que sin duda es una de las fortalezas de Places and Names: On War, Revolution, and Returning.

No obstante, Ackerman no cuenta relatos heroicos ni tampoco, tiene intención que lo sean. Son reflexiones de un hombre que conoce la profundidad y el sentido de la vida más allá de los clichés sobre la violencia y de la muerte, el centro real de todos los argumentos en cada una de las crónicas del periodista.

Quizás, lo más asombroso de Places and Names: On War, Revolution, and Returning sea asistir a la lenta transformación del militar curtido a un narrador sensible y acucioso. Para Ackerman la guerra es presencia inevitable y también, el impulso creativo que despertó en él. Su grupo de crónicas — que van desde las más solemnes hasta las más significativas y abrumadoras — son la mirada más dura a esa transición entre el bien y el mal, como una expresión del hombre convertido en testigo de su propia historia. Ackerman insiste en escribir “para entender lo que se esconde en mi mente, en las heridas abiertas de todo este tránsito entre lo que he visto y quiero contar” y lo hace, con la sencillez de un hombre curtido en los terrores, pero que también ha sobrevivido a ellos gracias a cierta fuerza en particular. Una combinación que hace de Places and Names: On War, Revolution, and Returning un brillante recorrido por los viejos conceptos sobre la guerra, la vida, la muerte y el enemigo a vencer. Quizás su mayor triunfo.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine