Crónicas de la lectora devota.

The Removed de Brandon Hobson.

Aglaia Berlutti
12 min readFeb 26, 2021

Lo sobrenatural suele ser utilizado en la literatura, como apunte hacia un objetivo mayor. Más allá del género que explota sus elementos directos, la aparición de fantasmas, monstruos y otros revenants, suele estar precedida o preceder sucesos de considerable importancia. Incluso, percepciones esenciales sobre los personajes, la forma en que se analiza su contexto y su personalidad. Tal y como ocurre en obras inmortales como Hamlet de William Shakespeare o en clásicos inquietantes como Una vuelta de Tuerca de Henry James, lo inexplicable es la frontera entre lo comprensible de la naturaleza de la realidad. Pero también, lo que separa el tiempo y la comprensión de los personajes sobre sí mismos. Al final, el trayecto entre la percepción de lo moral, la consciencia sobre la existencia y detalles tan sutiles como el tránsito entre el bien y el mal como abstracciones, toman a lo sobrenatural como alegoría directa a los límites de lo humano.

Para Brandon Hobson el recurso ha sido de enorme utilidad. Ya lo utilizó en el 2018, en su novela debut Where the Dead Sit Talking. En el relato del niño Cherokee que transita con dificultad el sistema social norteamericano y se enfrenta a la soledad y al desarraigo adulto, hay muchos elementos fantásticos, que en realidad no son otra cosa que una aseveración sobre el dolor y la soledad como límites de la identidad. El joven protagonista no sólo lucha contra un sistema que despersonaliza y destruye la individualidad, sino que además, lo hace contra la posibilidad de perder el sentido (consciencia) sobre su procedencia. Al final, el libro es una gran alegoría sobre el abandono y la sociedad indiferente, en la que los fantasmas cumplen el papel de recordatorios de la memoria que se hereda de una forma u otra.

Pero en realidad, Hobson está en la búsqueda de algo más profundo que historias melancólicas en lo que lo inexplicable sostiene en una narración pulcra. También en el 2018, el autor publicó un largo y detallado ensayo sobre su familia en LitHub, que sorprendió a la crítica especializada por su poder pero en especial, su conmovedor trasfondo filosófico. Hobson cuenta la dolorísima historia de Tsala, un antepasado ejecutado junto a su familia por negarse a ser reubicado desde su hogar ancestral en una reserva. La historia, junto con un puñado de relatos familiares parecidos, habían llegado a las manos del escritor luego de la muerte que su abuelo, que dedicó años a su recopilación. Para Hobson se trató de una sorpresa agridulce. La colección de historias y relatos, eran una instantánea dolorosa sobre la vida de los indígenas norteamericanos alrededor de 1930, pero también, una percepción nueva sobre las creencias y mitos que rodearon la vida de generaciones enteras. Mezclado bajo un mismo discurso — fantasmas y vivos coexisten en planos idénticos — ambas percepciones de la realidad, construyen una condición sobre la narración más poderosa e intuitiva, algo a lo que Hobson sacó provecho en su ensayo y enalteció en la forma en que continuó la historia, con varios textos parecidos que sostienen un mismo discurso. Los fantasmas, apariciones, sueños premonitorios, sostienen la narración del escritor como una traducción prolífica y dolorosa sobre la identidad cultural, la etnia y en menor grado, el racismo como expresión potencial sobre lo que subyace bajo la concepción del individuo. Ninguno de los personajes de Hobson está realmente solo, antes o después. Los espectros a quienes lloran, aman y extrañan, les acompañan como presencias reconfortantes. Incluso en circunstancias tan dolorosas como la ejecución de Tsala y su familia.

Para Hobson fue además, la oportunidad de analizar con cuidado la relación de su familia y su propia vida con la incertidumbre. “Me llevo el cuaderno a todas partes, siempre pensando en ello”, detalló en el ensayo al describir la importancia de la herencia cultural que su abuelo le legó, quizás sin saberlo en realidad. “Está ahí, como un peso, entre el resto de mis libros y libretas. Pero las historias tienen un peso. Llevan a cuestas una idea sobre el mundo que les confiere un inestimable valor”. Pero en realidad, la gran pregunta a la que apunta el análisis de las vivencias recopiladas es mucho más profunda en incluso, inquietante.“¿Qué dice sobre la muerte y el mundo espiritual?” se pregunta Hobson. “¿Qué tanto de nuestras creencias heredadas, compartidas, transmitidas de boca en boca llevan a comprender el poder esencial de la identidad? Por supuesto, lo colectivo tiene un punto de poder sobre el cual se sostiene antes o después, la aseveración sobre las raíces culturales que nos conforman. Pero lo sobrenatural parece estar sobre eso ¿a dónde nos lleva?” En el ensayo, la pregunta (y las que generó) no tiene respuesta. Pero sí, se anuncia que el escritor mira con nuevos ojos el tema. De la alegoría en estado puro de su primer libro, el ensayo parece conducir una percepción más profunda de la forma en que comprendemos lo invisible y en especial, su significado cultural. “Somos los fantasmas con quienes estamos destinados a encontrarnos” puntualiza Hobson. “Y a través de ellos, podemos encontrar un sentido, ya sea inusual, puntual o incluso general, a las raíces que nos sostienen”.

Quizás por eso, el libro The Removed esté lleno de apariciones fantasmales, espectros que flotan en la oscuridad. Rostros tristes que aparecen en paredes y puertas. La historia, no es sólo la redimensión de la tragedia de Tsala y su familia, sino algo más poderoso y consistente. Es una variación alegórica que convierte al fantasma no sólo en una voz narrativa de enorme belleza, sino también, el hilo conductor de una serie de concepciones sobre el bien y el mal que se construyen como una mirada profunda sobre la identidad. La historia combina con cuidado y precisión lo sobrenatural y lo real, hasta crear algo más poderoso. Pero más allá de la concepción de la ficción y el uso de recursos que brindan a la oportunidad a Hobson de llegar a un nuevo nivel en su manera de contar historias, está el hecho que The Removed es un homenaje a la memoria. Un tránsito elocuente y bien planteado sobre los hilos que se sujetan sobre la vida y la muerte, lo que hace que la cultura construya sus propios héroes y villanos para al final, ser sólo un espacio anónimo. Desde la muerte de la familia de Tsala hasta la de Ray-Ray Echota, un joven de sangre indígena asesinado a los quince años por motivos raciales, la novela atraviesa diversos hechos históricos con una sensibilidad profunda que sorprende por su poder para conmover. Hobson no solo está narrando la historia de su familia, también atraviesa la historia norteamericana en un trayecto de asombrosa lucidez en medio de sus pecados, virtudes y sufrimientos. Y lo hace además, muy consciente del peso de lo invisible en la narración. Los fantasmas — en especial, la poderosa voz de Tsala — son una mirada hacia dos dimensiones de lo que el escritor cuenta, como si a través de lo sobrenatural, pudiera crear un vínculo entre lo poderoso, lo extraño y también, el sufrimiento colectivo. Sin añadir la carga de los códigos del género, The Removed es un tránsito brillante entre la realidad como lienzo de sufrimientos y circunstancias violentas, rodeado de una cierta hiperconciencia invisible, encarnada por lo espectral. La percepción de lo irreal, juega con la concepción del bien y del mal, hasta elaborar algo más diverso, plural y concienzudo de lo que Hobson logró en su ensayo — un relato histórico repleto de detalles — y su primera novela, en la que lo incierto era apenas una insinuación.

De hecho, en algunas partes, el texto guarda semejanzas con The Lovely Bones (2002) de Alice Sebold, que también utiliza la voz de una narradora muerta para contar el mundo desde varios ángulos distintos. La narración de Sebold se enlaza con una colección de vivencias, además de una búsqueda concluyente sobre la raíz de lo humano y lo esencial. Ese tráfico de percepciones se enlaza entre lo místico y lo mundano, hasta crear escenas de asombrosa belleza y potencia emocional. Y aunque Hobson no lleva el recurso al mismo nivel que la escritora, sí encuentra en las fronteras brumosas entre el mundo de los vivos y los muertos, una forma de dialogar con la concepción sobre el poder personal que lleva a sus personajes a una dimensión por completo nueva. Tsala regresa de una tragedia inimaginable para imaginar el mundo del futuro y recorre las líneas del tiempo para aterrorizarse y maravillarse por lo que encuentra. Poco a poco, la condición de la vida al margen de la vida (un juego de palabras que Hobson utiliza más de una vez), sustenta una concepción placentera sobre lo que hace comprensible la historia, pero en especial, lo que la sustenta como lenguaje primario. Hay algo en esencia primitivo en el mundo espiritual que narra Hobson, en que la muerte es un “paso oscuro” y la vida “ventanas radiantes hacia un espacio infinito”. Como si se tratara de un recorrido uniforme entre ideas que evaden una explicación sencilla, The Removed juega con elementos y concepciones sobre lo crítico que podrían parecer políticas, de no ser eminentemente emocionales. La mirada sobre la herencia, lo que surge de forma inevitable en medio de paisajes que se transforman y se sostienen como un territorio del sufrimiento, hacen del libro un homenaje antes de cualquier otra cosa.

Hobson además, sustenta su escenario en hechos reales que reimagina con una candidez tierna pero realista. La novela comienza por las descripciones de las hogueras en honor a la memoria de Ray-Ray Echota. Tsala, muerto hace más de doscientos años, despierta de un “sueño sin mácula” frente al fuego. El mismo fuego que encendió para su familia escondida en las montañas. Solo que, ahora aflora como una ráfaga gigante en mitad de la oscuridad, como una sacudida brillante que ilumina la noche por completo. Tsala no reconoce dónde se encuentra. Tampoco puede explicar el asombro que le provocan los edificios, los coches, las canciones, el llanto. Hobson superpone todo el paisaje del sufrimiento en algo más elaborado y a la vez, consecuente, que se sostiene y se enlaza hacia lo inevitable. Tsala es consciente de su muerte, aunque no del tiempo transcurrido. También entiende de manera elocuente que el dolor colectivo por esa víctima joven (como lo fue él mismo, como lo fue su familia), tiene una considerable importancia. Pero ahora deberá recorrer un espacio interminable para entender todas las piezas que necesita. La forma en que se construyen y se sostienen, la manera en que se ajustan entre sí para extenderse desde 1930 hasta la norteamérica de nuestros días.

De modo que el principal punto de interés en la novela, es el dolor. El sufrimiento emocional y físico de un tipo de tragedia que se extiende desde la pasado hacia un futuro, en que las consecuencias son idénticas. “Mi mujer y mis hijos murieron gritando” narra de forma escalofriante el fantasma de Tsala “en cambio, yo guardé silencio. La sangre corrió y el dolor cesó. Pero no me atreví a gritar. Porque el último aliento se llevaría mi vida. Lo hizo aun así, pero no porque se lo permití”. El monólogo transcurre antes que Hobson comience a narrar el duelo de la familia Echota, devastada por la muerte de su miembro más joven y en especial, por las circunstancias en que ocurrió. No se trata sólo de la pérdida, sino del horror de convertirse en un símbolo de un tipo de mal que Tsala conoce muy bien y que además, le ha traído “de más allá de la oscuridad”. Eso, claro, provoca que el personaje deba preguntarse, como una gran conciencia de lo invisible, qué le ha traído a ese lugar, entre todos los lugares, entre todos los dramas y tragedias que acaecen en un país dividido por la segregación racial. “El paisaje se ha transformado, los árboles han desaparecido, la cueva en que morí ya no existe. Pero lo que provocó mi muerte, sigue ahí, poderoso y real” dice Tsala. La hoguera se hace más grande, más radiante. Se esparce por todas partes, atraviesa su espíritu, la forma de conciencia que sobrevivió a la violencia. “Es como entender que el mundo se sostiene sobre algo sin nombre, pero que es tan fiero como para que sus fauces vayan y vengan entre la oscuridad y lo que viene después de ella”.

Pero más allá del fuego, también está la vida y Tsala lo descubre pronto. María, la madre de Ray-Ray, supera el sufrimiento del duelo con calmantes tan fuertes que ya le han hecho a veces caer al suelo. Su esposo, un enfermo del Alzheimer que de vez en cuando olvida que su hijo murió, se debate entre el miedo y la percepción afilada que el dolor le sobrepasará, cuando logre entender la naturaleza de lo que recuerda apenas. Por otro lado, Sonja, la hija de los Echota, se encuentra en una espiral de autodestrucción que incluye amantes violentos y dosis de drogas cada vez más fuertes, lo mismo que Edgar, el más pequeño de la familia, que se encuentra a la deriva y al borde de una sobredosis. “Todos han sido heridos, todos van por la oscuridad y se acercan a ella. No tanto como para caer, lo suficiente como para temerle” medita Tsala, angustiado, más consciente que nunca del tránsito y al reverberación de ese sufrimiento que puede reconocer, pero que le supera en comprensión. “No entiendo lo que veo, pero entiendo lo que sienten” explica Tsala con enorme angustia.

Tsala deambula por la niebla en busca de su propia historia. Se pregunta si el espíritu de su mujer y sus hijos, han sobrevivido, atraídos por el fuego de Ray-Ray Echota. O que sólo, son recuerdos que viven en su memoria. Hobson no entra en puntos muy sofisticados sobre el universo espiritual en que habita su personaje, sino que muestra la concepción de la supervivencia de la memoria. Tsala está ahí porque el sufrimiento de los Echota es idéntico al suyo, porque puede asumir el sentimiento como propio. “El dolor es una forma de vida” dice Tsala, mientras mira a María llorar sobre la ropa del hijo muerto. La habitación intacta. “Guarda las memorias porque si las pierde, también arrojará a la oscuridad que no tocan las llamas las cosas que teme están perdidas para siempre”, dice mientras recorre habitación por habitación. El dolor es real, está vivo, es tal y como el personaje insiste, una forma de vida. Pero también es el límite de la realidad. A medida que Hobson relata la vida de los Echota después de un hecho de violencia semejante, también recuerda la magnitud del que le quitó la vida, del que está al borde de su memoria, el que desaparece en ocasiones en los sonidos del mundo nuevo. “¿Se puede olvidar la propia muerte? ¿Se puede ignorar lo que nos espera?” Tsala siente que en su interior, algo se transforma. Su historia y la de los Echota se confunde, se hace más hermosa, potente y real. “Si el dolor para ellos es vida, estoy vivo gracias a ellos”.

En la casa de los Echota, también el tiempo transcurre, aunque de forma diferente al Tsala. Ambos viven en un espacio meridiano en que las cosas suceden de forma simultánea pero no coinciden entre sí. Mientras Tsala comprende a dónde le dirige el tiempo, el nuevo conocimiento sobre el sufrimiento, el poder de las cosas que se sustentan sobre esa idea global que todas las cosas están fusionadas entre sí de una manera u otra, en casa de los Echota han decidido afrontar el dolor a través de la bondad. María acoge a Wyatt, un niño de la misma edad de Ray Ray que va en el tránsito de los hogares de acogida. Se trata de un niño brillante, inteligente y destinado al triunfo o así lo piensa María, deslumbrada por sus calificaciones, su comportamiento ejemplar y su buen hacer. La presencia del muchacho hace incluso que el patriarca familiar comience a recobrar la memoria “Ese chico me da un buen presentimiento”, dice. “Es Ray-Ray. Ha vuelto a casa”.

Tsala sabe que en realidad, en cierta forma Wyatt es Ray Ray, reconvertido por obra de alguna magia incomprensible, en un estudiante esforzado y un muchacho que quiere vivir. Es Tsala quien nota “la vida dentro de la otra vida”, que evade explicaciones sencillas y se sustenta sobre algo más elaborado y consciente. Hobson une finalmente el relato con toda la percepción de la vida y la muerte, la oscuridad y la luz, las alegorías sobre la pérdida, el tiempo y la belleza. Para el tercer tramo, los vivos y los muertos parecen convivir en una percepción mutua sobre un tipo de paz trascendental que nace a partir de la aceptación de la tragedia. Para las últimas páginas de la novela, Hobson toma el riesgo de acelerar el ritmo y cambiar el tono. Y es justo entonces, cuando lo sombrío se transmuta en una idea de una belleza trágica que devasta por su sencillez. “Todos estamos unidos en el tiempo, en los dolores que nos aquejan, en lo que esperamos como seres que pueden volar más allá de las sombras” murmura Tsala cuando cada pieza de la historia llega a su lugar y la estructura completa de la ficción asume su mayor peso. “la sangre une, el hilo del tiempo también” medita Tsala, mientras la familia Echota rodea a Ray Ray, un muchacho perdido en la oscuridad que ha llegado a su hogar para recordar su propia historia. “Hay dulzura en lo que se pierde y poder en lo que se recupera”. Quizás, el mensaje más poderoso de la novela.

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Aglaia Berlutti
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Written by Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine

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