Crónicas de la lectora devota:
An American Summer: Love and Death in Chicago de Alex Kotlowitz
La violencia espontánea de atentados y tiroteos se ha transformado en una nueva versión sobre la agresión social convertida en hecho criminal. Durante los últimos meses, los sucesos que involucran armas y agresiones callejeras en EEUU se han multiplicado de manera exponencial y también, la discusión pública sobre la polémica segunda Enmienda en la constitución estadounidense que consagra, para bien o para mal, el hecho de poseer — con todo el sentido inquietante que pueda tener la palabra — un arma. No obstante, más allá del debate la idea es mucho más preocupante: se trata de una cultura que asume la violencia como necesaria y que además, analiza desde cierta distancia inquieta y dura, la percepción sobre la agresión y los métodos de defensa. Para bien o para mal, Norteamérica se ha convertido en el símbolo de la controversia sobre la violencia controlada pero sobre todo, el análisis de la defensa como parte de los atributos, deberes y derechos del ciudadano común. ¿Hasta que punto la noción sobre las armas como elemento de la cultura crea una concepción de la violencia por completo distinta?
El libro “An American Summer: Love and Death in Chicago“ de Alex Kotlowitz pretende analizar el rebrote de la violencia, pero más allá de la sucesión de hechos que pueden provocarlas. Kotlowitz, periodista de larga carrera dedicada a la investigación, recorre la historia de EEUU a través de su crónica roja pero además, elabora una concepción sobre lo violento — como nace, qué lo provoca — que se relaciona en forma directa con un tipo de concepción de lo cultural que resulta perturbador. De modo que no se trata sólo de una recopilación de hechos — que podría serlo — sino de una mirada inquietante hacia la cultura y sociedad que comprende la agresión como inevitable. Se trata de un libro incómodo que toma la evidencia de un país en el que la violencia es parte de lo consumible y lo comercial, para elaborar una hipótesis al respecto. ¿Qué hace que los tiroteos, balaceras, ataques con armas de fuego se hayan convertido en los últimos dos años en un fenómeno excede la estadística de las dos décadas pasadas? ¿Es el resultado del modo en que norteamérica concibe la necesidad de la defensa, la facilidad de su adquisición, el contexto que brinda al arma de fuego un lugar específico dentro del entramado cultural, el medio social que interpreta la necesidad de la defensa como un derecho equiparable a la agresión directa? Para Kotlowitz, EE UU la ola de violencia que recorre el país no es casual ni en modo alguno, un hecho aislado: en “An American Summer: Love and Death in Chicago” el centro del problema es aún más complejo: Kotlowitz se hace preguntas sobre el motivo que lleva que adolescentes y niños tengan acceso a armamento de alto calibre, lo que de manera inevitable les convierte en víctimas o asesinos. Para mostrar las conclusiones de su larga investigación al respecto, el autor analiza tres meses de 2013, hasta ahora los más violentos de la historia reciente del país bajo la óptica no sólo del periodista sino también, de la búsqueda coherente y concluyente del fenómeno de la agresión como síntoma de un acto más profundo. De la genérica cuestión sobre qué provoca un asesinato, Kotlowitz llega al extraño análisis sobre las implicaciones del acto violento en un país herido, endurecido por el miedo y convertido en reducto desigual de una serie de temores en lo que la necesidad de usar un arma — de asumir la responsabilidad de hacerlo — es una de sus consecuencias.
Por supuesto, no es un tema nuevo para Kotlowitz, un periodista concienzudo que medita sobre el acto violento desde la crónica de calle pero también, desde el hecho consistente que la agresión y la necesidad que implica, procede de algún lugar. Para el reportero, el asesinato y la muerte no son condiciones espontáneas, sino expresiones del contexto, por lo que buena parte de “An American Summer: Love and Death in Chicago” es una detallada crónica sobre la vida familiar y privada de cada víctima y victimario que describe. Para Kotlowitz la violencia no es fortuita: procede del amor, del odio, de la angustia, de las presiones visibles e invisibles, de los terrores sociales que se deslizan bajo el entramado de la normalidad y que construyen la personalidad tanto de quién recibe la agresión como de quién la comete. Kotlowitz, que tiene la suficiente experiencia en recorridos emocionales con contenidos periodístico, elabora en su nuevo libro un concienzudo recorrido hacia todos los motivos que pueden permitir que un hecho de violencia se consume. La normalización del miedo como una herramienta de sujeción a un concepto sobre lo moral no muy claro. Kotlowitz lo deja claro en cada ocasión posible: lo que está ocurriendo en EE UU, los tiroteos escolares, en centros comerciales, la profusión de mensajes violentos relacionados con racismo y xenofobia es una deformación de un tipo de fenómeno que ocurría desde años y que la sociedad norteamericana asimiló. El ataque y la persistencia de la concepción de la agresión como parte del estilo de vida de un país, en el que uso de las armas, es aceptable cuando no inevitable. Y tal vez esa conclusión, lo que hace al libro de Kotlowitz tan incómodo, tan doloroso, tan complejo de seguir línea a línea. El periodista no teme hacerse las preguntas correctas — ¿A quién beneficia un país violento? — pero tampoco, encontrar la respuestas incómodas. El resultado es un libro amargo, realista y contundente que recorre la noción de la conciencia norteamericana con pulso firme y claro.
Kotlowitz no lo hace sencillo: todos los capítulos están plagados de un profundo sufrimiento. Las historias de padres de asesinos, de hijos de víctimas y de parientes devastados por situaciones de violencia que sobrepasan las breves notas periodísticas que describen situaciones mucho más complejas. El periodista lo sabe y toma el contexto de esta pléyade de personajes para hablar del país, la ciudad de Chicago — centro de la historia — y el núcleo falso el estilo de vida americano. Narra detalles que brindan tridimensionalidad no sólo al suceso que cuentan, sino también a la inmediata consecuencia. Kotlowitz describe la habitación de un asesino de veintiún años y no olvida incluir su colección de libros infantiles, las estrellas dibujadas en la pared, los cuadernos repletos de garabatos. También habla sobre la víctima a quién le gustaba trenzarse el cabello, que era callada y amable. Pero entonces, engloba ambas cosas en un suceso común: el asesino disparó por la espalda, la víctima sobrevivió para denunciar. Entre ambos se conecta un vínculo de puro horror que los une a través de las historias. El periodista es el puente entre ambas cosas y elabora algo mucho más valioso y profundo: un crimen que es algo más que una bala o una herida. Un crimen que es un hecho. Con una narrativa seca — por momentos Kotlowitz parece hacer una revisión de objeto por objeto de cada pequeña cosa que forma parte de un suceso mayor — fruto de sus años de periodismo cotidiano, Kotlowitz cuenta a la norteamérica secreta, a la que se esconde detrás del miedo. A la que nace y se rebela contra la prosperidad frágil de un país a la deriva en mitad de una concepción sobre lo moral cada vez más esquiva. Para Kotlowitz, la oscuridad interior del país se manifiesta en retazos inconcebibles: en la niña tiroteada que pasó más de una hora en la calle agonizando. O del asesino que intentó suicidarse y no pudo hacerlo. En el padre que levantó a la hija y corrió por seis avenidas hasta el hospital más cercano y dejó un reguero de sangre a su paso. El periodista cuenta la historia de los goterones carmesí imborrables en el concreto, pero también, del padre que llora por la hija a punto de morir, por la madre que encontró a su hijo más joven con un arma entre las manos y el cañón dentro de la boca. Historias bajo las historias, que elaboran un panorama sobre un país que teme sus propias raíces dolorosas, que caen y se derrumban bajo la connotación del miedo que se enlaza en algo mucho más grotesco y difícil de digerir.
Claro está, no se trata de un libro por completo objetivo. No es la intención de Kotlowitz y tampoco, es la concepción del bien y del mal de un periodista que trata de encontrar un punto de equilibrio. Kotlowitz medita sobre el horror de la muerte en las calles cotidianas, pero también de la aterradora conciencia que a nadie sorprende ya la circunstancia del arma que dispara, ya sea en manos de un periodista, un colegial o un hombre atormentado por la culpa. El acto criminal en EE UU tiene una envergadura de tragedia que une a puntos disímiles de un mapa social. De un extremo a otro de la Unión, la agresión que se escuda bajo lo cotidiano se sobrepone y analiza como una ráfaga de conclusiones que se unen entre sí con un único discurso: algo está ocurriendo en un país en el uso de las armas se considera un derecho. Algo se está deslizando bajo la concepción de lo que la provoca, la suaviza, la sostiene, la contiene, la disculpa. Algo, a lo que Kotlowitz aún no brinda nombre ni tampoco, un sentido real. “Algo” que crea una concepción sobre el circunstancia que sostiene la identidad nacional. En Norteamérica tener un arma es un hecho al alcanza de cualquiera, por tanto la violencia tiene todo tipo de rostros, todas las miradas y concepciones que pueda otorgarle esa durísima circunstancia. Kotlowitz se pregunta en voz alta si el aumento de la violencia se deba a lo social — crisis económica, familias rotas, oportunidades de trabajo perdidas — o si de un elemento aún más profundo. No obstante, la respuesta a tales cuestionamientos no se responde de manera directa: el periodista decide presentar los hechos como prueba irrebatible. Y esa esa decisión lo que hace de “An American Summer: Love and Death in Chicago” un libro tan duro como extraordinario.
Sin duda, Kotlowitz es un escritor audaz: todo el libro está lleno de escenas que en manos menos hábiles, podrían parecer morbosas, amarillistas o simplemente, ficciones sobre la violencia inaudita que conoce de primera mano. Pero su instinto para elaborar una línea inteligente de ideas, convierte al libro en un manifiesto sobre la vida en una ciudad cualquiera de EE UU en medio de una serie de escenas estratificadas sobre el temor y la angustia, una realidad siniestra que se enlaza con la historia reciente el país de manera contundente. Lo interesante es que Kotlowitz usa la reseña habitual de periódicos norteamericanos para enfrentar la indiferencia hacia la violencia no sólo en la información sino en su inmediata consecuencia: cada capítulo contiene el titular de cómo fue narrado el suceso en su momento y la diferencia entre la historia escueta y la que Kotlowitz brinda al lector, resulta dolorosa. Del “Hombre muerto a tiros en Park Forest” al cuidadoso recorrido de las últimas horas de la víctima a la historia que cuenta su madre sobre él, una mujer que habla sobre su hijo aún en primera persona, hay una imagen concluyente sobre la forma como norteamérica asimila los asesinatos y el crimen. Cada pequeño detalle recorren una nueva dimensión sobre el miedo, la desazón, la desesperanza en un país próspero. Y lo hace a través de una mirada analítica que pocas veces se utiliza para reflexionar sobre sus dolores más profundos.
Los críticos literarios insisten que “An American Summer: Love and Death in Chicago” es un análisis tan meticuloso y certero como lo fue en el 1992 el ya clásico libro “There are no children here : the story of two boys growing up in the other America”, sobre la sociedad como un espacio en construcción basado en los terrores asimilados por la inacción. Una hipótesis que Kotlowitz sustenta cuando revisa escenario por escenario del crimen desde lo que no ocurrió: la justicia. Si algo une y mezcla cada historia en el libro del periodista, es que ninguno tuvo el acceso a otra cosa que la información y la difusión. Ningún caso llegó al juzgado, ningún caso obtuvo otra cosa que un titular de menos de dos líneas. “En las calles, la muerte es anónima” escribe Kotlowitz y quizás esa sea la frase que describe mejor su libro al completo.
¿Como se relaciona la violencia entre sí? Para Alex Kotlowitz se trata de un vinculo invisible que une a las víctimas y a los agresores, que elabora una versión de la realidad de lo que subyace bajo un asesinato o los motivos de un crimen. Con el hábito concienzudo del buen periodista, Kotlowitz entrevistó a más de 200 personas cuyas vidas fueron destrozadas por tiroteos, balas perdidas, por encontrarse en el lugar equivocado en el momento equivocado. La combinación de esa noción — norteamerica arrasada por el sufrimiento cotidiano de un tipo de violencia que a nadie le importa — con la versión de Kotlowitz sobre lo criminal bajo la cadena de la impunidad, convierte a su libro en un alegato de una generación arrasada por el miedo, construida sobre la noción del silencio y aplastada bajo el hecho de a violencia como parte de su vida. Una imagen de EEUU — y quizás del primer mundo — que nadie quiere mirar.