Crónicas de la lectora devota:

The Need de Helen Phillips

Aglaia Berlutti
9 min readJul 12, 2019

La madre aprieta a sus dos pequeños hijos contra el pecho. Escucha los pasos del desconocido que camina en la oscuridad. El miedo lo es todo, pero cierto alivio también. “¿Estará cerca el final?” piensa la madre y cuando besa la cabeza del bebé que contiene el llanto con el rostro apretado contra su hombro, sonríe. No se trata de un acto de crueldad, maldad o furia. O al menos, no lo es en el mundo que Helen Phillips creó en su magnífica novela The Need.

Molly es la madre abnegada de dos niños pequeños, a los que dedica buena parte de su vida y energía. Tanto, que mientras les despierta, baña, alimenta, se asegura que estén cómodos y felices, tiene la sensación que no hace otra cosa que seguir los deseos de ambos, a pesar de sus aspiraciones y su vida. “¿Cuando se convirtió Molly en esta mujer que desaparece entre biberones, toallitas y miedo?” y es entonces, cuando Phillips se asegura de tener la respuesta correcta. “Puedes dejar de serlo, si lo deseas” murmura una voz insidiosa en la mente de Molly. “¿Lo deseas?”. Es entonces cuando la novela se convierte en algo más atroz, amargo y fascinante de lo que parecía hasta entonces.

Las madres en la literatura suelen ser metáforas sobre lo femenino o en todo caso, idealizaciones de cierto tipo de entrega amorosa. Desde las coraje — capaces de todo esfuerzo imaginable — hasta las destructoras — desterradas del reconocimiento cultural, como la Patsy de Nicole Dennis-Benn — , la maternidad tiene una rara e indudable conexión con las virtudes que se le suele endilgar a la abnegación. En su versión más benigna, las madres son criaturas singulares, reflejos de la época a la que pertenecen. Cual sea el caso, se trata de una figura que se analiza con cuidado y siempre bajo ópticas semejantes.

Phillips recorre la dirección y encuentra la forma de enlazar a la maternidad con ideas complejas sobre el miedo, el desarraigo y la soledad moderna. Desde la apariencia de una ingeniosa historia de suspenso, deconstruye la percepción sobre la madre tradicional, para transformar la historia en un vehículo de reflexión acerca de las exigencias culturales sobre la mujer. Pero además, añade un elemento desquiciado, que transforma a The Need en una narración con tintes irracionales difícil de definir con facilidad. Phillip tiene una notoria habilidad para entrelazar la percepción surreal desde cierta realidad escindida — Molly es una madre abnegada al mismo tiempo que sueña con asesinatos en masa — y lo hace con la suficiente inteligencia como para que ambos estratos se confundan entre sí, como dimensiones alternativas que colindan entre sí en el restringuido espacio de lo doméstico. Con sus capítulos cortos y bien plateados, The Need atraviesa un espacio incómodo entre la irrealidad y el absurdo, sin perder su capacidad para conmover.

El centro de todo el argumento es Molly, una mujer que hasta hace menos de una década “era feliz” como paleobotánico a tiempo completo, según su propia confesión entre dientes. Se trata de una madre moderna, que intenta seguir el parámetro de la madre ideal y se esfuerza por lograrlo hasta la extenuación. Para Molly, todo se trata de un conjunto de malas decisiones: desde el momento en que decide dedicar unos cuantos años de “retiro involuntario y necesario” a los niños hasta años después, cuando se pregunta cómo pudo hacer algo semejante “y destruir mi vida por completo”. Con poco tiempo para reflexionar, Molly ordena las ideas en medio de la frenética rutina diaria. “Fue inevitable tomar la decisión más sencilla y amorosa. Molly se pregunta con frecuencia si pudo haberlo evitado. No le resulta sencillo asumir que su vida se mueve en las necesidades de dos personas que apenas pueden balbucear su nombre” el largo monólogo interior se extiende agotador y por momentos, sofocante. La vida de Molly transcurre entre llantos, vómitos, exigencias y de pronto los niños — y el mundo que les rodea —se transforman en un ángulo perverso de la vida cotidiana. “La normalidad engendra monstruos” susurra. Lo hace, mientras contempla a sus hijos dormir.

Para Phillip el horror tiene la apariencia de una tranquila tarde de verano. Molly se encuentra atrapada entre las interminables ausencias de su marido, las rápidas y borrosas conversaciones que sostienen en FaceTime, el bullicio interminable de los niños desde el amanecer. Cuando el personaje comienza a perder la cordura, la percepción de la grieta sobre la realidad es un evento mínimo que se enlaza con ciento de situaciones distintas. Phillip describe el caos del mundo interior de Molly no sólo como un fresco de lo cotidiano convertido en una sucesión frustraciones, sino que además plantea la engorrosa cuestión de la maternidad como una cárcel de las aspiraciones de la mujer. Todo bajo la pátina de un evento sobrenatural no muy claro y que se desliza debajo de una historia de insatisfacciones y dolores con sofisticada facilidad. Para cuando Molly descubre el motivo real del miedo que le atenaza, la vida doméstica se hace aún más violenta, dura y angustiosa. Una confusión elaborada sobre el bien y el mal como frontera hacia lo desconocido.

Pero Molly no puede detenerse para analizar que es lo que ocurre entre las vulgares paredes blancas de su casa de los suburbios: Los niños lloran, gritan, sacuden los brazos. “Mamá, mamá, mamá. Sólo escucha esa palabra hasta que pierde significado, se hace insoportable. Se cubre los oído, trata de ignorarlos. ¡Mamá! ¡Mamá!” . Molly podría estar sufriendo una crisis existencial pero es evidente que todo es mucho más complejo y peligroso. Y todo ocurre con demasiada prisa como para que tenga un sentido real. Para Molly, los días son idénticos y las situaciones también: una frenética sucesión de pequeños horrores que al final, son indistinguibles uno de otros. “Mamá, mamá, mamá. No hay otra palabra en el mundo”.

Con una prosa elegante y fría, Phillips construye una rápida caída en los infiernos, sin olvidar los incesantes detalles sobre lo cotidiano, que hacen de la novela una rarísima sucesión de situaciones en apariencia común pero que no lo son en absoluto. La vida familiar continúa en primer plano buena parte de la novela, pero Phillip socava la imagen de la felicidad y elabora un recorrido interior hacia un tipo de perversa insatisfacción que corroe la voluntad de Molly. Es evidente que para la escritora, su personaje es el centro crítico de una situación a punto de desbordarse, pero se cuida de brindar señales muy evidentes de lo que está a punto de ocurrir. Mientras tanto, Molly sigue teniendo conversaciones rápidas y frustrantes con su marido a través del FaceTime, limpia los destrozos de una fiesta infantil, se ocupa de alimentar a los niños. “Todo está ocurriendo, pero no puede creer que sea real” La furia consume a Molly y la deja paralizada en mitad del pasillo de su bonita de casa de los suburbios. “Casi puede escuchar al miedo avanzar por la luz de sol, por entre los resquicios de las puertas y las ventanas abiertas. No sabe qué ocurre. Pero teme que cuando lo sepa, le agradará lo que se esconde allí, tan cerca”. Phillip no se prodiga en detalles de lo que aguarda a Molly más allá de la leve paranoia de la decepción y la ansiedad. Pero los pocos que brinda, son suficientes para sostener la novela con una admirable facilidad.

Molly además, es una mujer intelectualmente compleja: como paleobotánico, esta madre de los suburbios también es un científico que puede reconocer patrones. Phillip dota a su personaje de una sagacidad desesperada que la lleva a comprender que lo que sea que está a punto de suceder, es un evento que tiene relación con la presión interna que la acosa. Hay señales misteriosas que le indican que lo sobrenatural — o lo que ella en todo caso, califica de esa forma — está muy cerca de llegar. Pequeños sonidos en el silencio de la casa mientras los niños duermen, extraños descubrimientos en la excavación en la que solía participar — una botella de Coca Cola con extraños caracteres impresos, una Biblia repleta de palabras desconocidas — y la notoria sensación que la tensión en su mente, es algo más que frustración. “Siente odio, siente amor. Siento un dolor tan profundo que la rabia es un alivio” piensa mientras sonríe a la fugaz imagen de su marido en la pantalla del teléfono móvil. “Sabe que ocurrirá algo, aunque no puede describirlo con claridad. Pero duele la certeza. Le alivia también”.

Por último, sus predicciones en apariencia disparatadas, se hacen realidad: Una noche, un intruso entra en la casa. O al menos, eso cree Molly que le escucha avanzar en la oscuridad aunque no puede verlo aún. Para ella, la manifestación física del dolor es inevitable, tanto como el amor que siente por sus hijos y la frustración que le provoca la vida doméstica. Pero el miedo convertido en una figura real, es mucho más de lo que puede comprender de inmediato. La desborda, aniquila la individualidad de la furia, la convierte en la tradicional madre coraje de la literatura.

Pero aún así, Phillip evita los lugares comunes y usa el terror como catalizador de docenas de sentimientos distintos. Cuando Molly toma a sus hijos y se esconde de la figura que camina por la casa, el rencor y la furia se mezclan para crear algo más profundo y extraño. Por extraño que parezca, la posibilidad de la muerte y la violencia, se convierten en una puerta abierta hacia la culminación de un largo trayecto abrumador. “Su desesperación por el silencio de sus hijos se manifestó como una fuerza asfixiante, el deseo de una almohada, un par de calcetines gruesos, cualquier cosa que pudiera utilizar para perfeccionar su silencio y salvar sus vidas”. Molly está furiosa, también un poco asqueada. El olor de sus hijos le enfurece, su llanto le impacienta. ¿La amenaza es real? ¿O Molly encontró una excusa para destruir el mundo que la sofoca y del que desea escapar con tanta urgencia?

“Otro paso. Vacilante, pero innegable. O tal vez no” cuenta Phillips y la novela adquiere un tono tenebroso, de brillante ironía. Las conexiones en la mente de Molly se elaboran con rapidez y también, con una fuerza dolorosa. El desconocido conoce la casa, sabe qué puertas debe abrir o cerrar. Lo sabe piensa Molly y también, que está dispuesto a matar. ¿Se trata de una sospecha? En realidad es algo más escabroso: Phillips toma la desesperación del personaje y lo convierte en una fuerza al acecho. La torpeza de Molly para enfrentar el peligro, se equipara con la que se achaca a sí misma para soportar la maternidad. Ambas cosas se unen en una mezcla extravagante que al final, resulta un brillante juego de espejos que Phillips maneja con pulso firme y hábil.

Pero además, Phillips logra que la novela tenga un trasfondo filosófico que colinda con la Ciencia ficción e incluso, dosis de horror que la escritora utiliza como acento en los momentos más duros. La franqueza de Molly sobre el horror que le provoca la maternidad, se entremezcla con la narración fluída acerca del peligro entre las sombras, la sensación insistente que una amenaza se alimenta de su debilidad. La historia se retrotrae en sus puntos más profundos a insinuaciones sobre mundos paralelos o la ruptura del tiempo real. Para Molly se trata de un recorrido aterrador por sus debilidades y miedos, en la posibilidad que lo que está ocurriendo sólo sea parte de algo que imagina o incluso, un espacio temporal para lo que no tiene explicación. Phillips es una escritora que economiza el lenguaje lo suficiente como para tomar decisiones audaces en estructura y en la manera de contar su historia, lo que permite a The Need, sorprender y conmover. Todo a la vez y con una inmediata relación con la realidad cruel y en ocasiones, depredadora de ser padre y madre en una época en que la exigencia implica luchar por la individualidad, en lugar de cederla en el amor o el sacrificio visceral.

The Need es una mirada fascinante y aterradora a los misterios de la vida cotidiana, a los terrores inconfesables y al final, a la fragilidad de la mente humana. Todo bajo la apacible pátina de una narración tramposa que se vuelve por momentos, un escalofriante recorrido por lo que se esconde bajo la rutina de la vida familiar. Phillips construye una historia repleta de capas de interpretación y además, que desborda humanidad y un sentido de absurdo humorístico de enorme efectividad. Al final, The Need es una retorcida broma absurda sobre el dolor y el miedo existencialista. Un pequeño guiño a la vida como algo más que una imagen nítida de lo que creemos real.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine