Crónicas de la lectora devota:
The Farm de Joanne Ramos
Margaret Atwood escribió The Handmaid’s’ Tale en una primavera cálida y tranquila en Berlín Occidental. Atwood acababa de regresar de un recorrido más allá del telón de acero y lo que vio, le impresionó tanto como para empezar a describir una sociedad totalitaria que además, era una distopía sobre el futuro de la mujer. La inspiración aunque no tan sencilla. La perversa noción del poder convertido en herramienta de manipulación de masas fue parte de lo que Atwood encontró en su recorrido por Europa del este, pero en la inquietante historia de la novela, hay mucho más que represión e intereses políticos. Se trata de un recorrido crudo por la posibilidad del completo dominio de lo racional, la despersonalización del individuo en favor del estado y lo que resulta más inquietante, una percepción clara sobre la posibilidad del poder como una maquinaria que devora y consume la individualidad.
La autora siempre ha asegurado que le llevó dos o tres años enfrentarse a la novela. Que en más de una ocasión, asumió que la novela era un híbrido peligroso entre la ciencia ficción especulativa, la distopía y una crítica disfrazada de tragedia. Pero que aún así, la idea le continuó molestando hasta que no puedo evitar escribirla. Aún así, le siguió preocupando lo excesiva que parecía la premisa en un contexto como el de la década de los ochenta, con su brillante percepción del futuro y la inocencia heredada de los recientes cambios sociales de los que era heredera.
El principal acierto de The Handmaid’s Tale” es su capacidad como ficción especulativa de abandonar el discurso de la abstracción alegórica: toda la novela tiene un claro aire cotidiano, detallado y minúsculo que la hace profundamente aterradora. No en vano, Margaret Atwood ha confesado que lo cotidiano es su mayor fuente de inspiración, un hecho sorprendente en una época fascinada con lo extravagante y lo exagerado. En The handmaid’s Tale hay mucho de esa necesidad de desglosar la realidad como primera vanguardia de una evidencia más dura y arrolladora de la realidad. La obra es un prodigio de buen gusto, escrita con un pulso narrativo firme pero sobre todo, la mirada puesta en la profundidad de los pequeños detalles. Para la escritora no hay nada sencillo. O mejor dicho, la complejidad de lo simple guarda un tipo de belleza que intenta expresar a través de una perspectiva literaria repleta de silencios y sensibilidad.
Lo mismo ocurre con la novela The Farm, debut literario de la escritora Joanne Ramos. En esta ocasión, se trata también de una distopía sobre el control de la mujer y su capacidad para reproducir, que usa el elemento de los rituales cotidianos como punto central de una historia más compleja. La novela de Ramos analiza el espinoso tema de la maternidad subrogada y lo hace, desde la perspectiva de la necesidad creada para cierto nicho de mercado. La narración evade cualquier emoción: el vientre en alquiler es otro producto, uno de los tantos que se venden en un futuro brillante, pulcro y aplastado bajo la concepción del cuerpo humano como parte de transacciones eventuales que le despojan de toda humanidad. Para Ramos, la reproducción no es un hecho trascendental, sino una eventualidad por la que se paga caro y que atraviesa una complicada combina de clase, género y raza. En el mundo creado por la escritora, concebir no es algo sencillo, lo que coloca a la posibilidad de la maternidad como un raro lujo al que pocos pueden acceder y mucho menos, pagar. La percepción sobre el cuerpo de la mujer es tan dura como la de Atwood en The Handmaid’s’ Tale, pero además, la deshumanización es completa. Quienes conciben no son “esclavas” ni dependen de un amo autoritario en una sociedad ideológica, sino productos destinados a clientes para quienes el útero y un eventual bebé es un producto costoso. La circunstancia transforma la novela no sólo en una crítica sobre un tema controversial, sino también, en una meditada y cruel noción sobre la posibilidad que la subrogación — comprendida durante años como un gesto de buena — no sea otra cosa que una transacción con enormes beneficios.
No se trata de una idea sencilla y Ramos se esfuerza para dejar claro que no lo es: La narración se prodiga en la descripción de todo tipo de lujos, que sostienen un contexto dorado en la que la venta y compra de bebés es una idea que se desliza con sutileza. En la lujosa mansión de Golden Oaks que acoge a las mujeres que serán madres y forman parte del sistema, todo parece concebido para celebrar la comodidad, la vida lujosa y el bienestar, bajo el puño de hierro envuelto en terciopelo de Mae Yu. Esta ejecutiva sonriente, de rostro apacible y de voz suave, es la encargada de llevar a cabo cada paso de la transacción: desde contactar con los padres “idóneos” (que de inmediato la novela describe como “actos, guapos y con el suficiente dinero”) hasta encontrar al vientre en alquiler que cumpla los variados requisitos de sus clientes. La forma en que Ramos transforma la subrogación en un hecho por completo monetario (“Necesitamos bebés que sean atractivos, de modo que sus madres deben serlo también” comenta mientras hojea un catálogo en que mujeres anónimas sonríen para la cama), deja claro que lo ocurre en la suntuosa Mansión está muy lejos de ser un acto de caridad o mucho menos, un acuerdo basado en las emociones. El dinero es un tema recurrente en la novela de Ramos y se interpreta como una forma de poder. A medida que la escritora describe las instalaciones de Golden Oaks — repleta con todo tipo de lujos — , el mundo en que Yu vive se refleja como un extraño escenario de horrores subyacentes. Porque mientras el chef prepara suculentos platillos para las mujeres embarazadas y un estilista se asegura que siempre luzcan de manera impecable, es obvio que cada una de ellas ha perdido su identidad debido a la transacción de la que son parte. Ninguna de las mujeres de Golden Oaks tienen nombre, tampoco un rostro reconocible. Sólo son “madres” y ese apelativo lo que sostiene la crueldad temible a la que se enfrentan. Para Yu, ninguna de ellas tiene otro valor que el bebé que gestan — “Cada útero es una inversión” dice la ejecutiva cuando un periodista le pregunta su trabajo — y más tarde, la placa sobre su escritorio deja claro que Yu está obsesionada con la posibilidad de convertir a cada bebé que nace en un número estadístico. “una madre estable y feliz produce un bebé sano, que a su vez, brinda Cliente Satisfecho”.
La frase se repite en cada lugar de la mansión de Golden Oaks: Las “madres” la leen sobre sus camas, bordada en la ropa de cama que usan, al fondo de la piscina en la que nadan. Y es quizás esa sutileza cruel, lo que hace más inquietante las escenas que Ramos narra con apacible frialdad. No se trata de una acusación, tampoco un sermón moral, sino la evolución aterradora de una versión de la maternidad como parte de un complicado sistema de compra y venta. A través de Mae Yu, Ramos se asegura de mostrar que en un futuro distante e indeterminado, lo que comenzó siendo un acuerdo privado, bien puede convertirse en algo más violento y duro de asimilar. La novela no insiste en conceptos específicos — nunca hay violencia o coacción en el acto de alquilar el vientre ni sugiere pueda haberlo — pero aún así, deja claro que el totalitarismo de la necesidad y la oportunidad es tan duro como el político. Mientras Atwood reflexiona sobre el poder convertido en herramienta de manipulación y deshumanización, Ramos convierte al dinero — el lujo, la ambición — en una forma notoria de control que además, se acepta de buena gana. De modo que la novela de Ramos ahonda en cuestiones de una refinada crueldad casi por accidente: ¿Fue alguna vez la subrogación un acto de buena voluntad o siempre escondió una oportunidad comercial? ¿Se trata de un hecho clasista por origen? En la novela, los padres que llegan a Golden Oak pasan por un largo período de selección: ninguna pareja que no sea joven, exitosa y atractiva puede aspirar al servicio de un vientre de alquiler. Y lo mismo ocurre con las madres anónimas que llenan el complejo: a todas se le exige salud, belleza e inteligencia. La novela de Ramos plantea los requisitos como naturales — “¿Quién no desea tener un bebé hermoso? la fealdad y los defectos son de otra época” pondera Mae Yu entre risas , en una escena en la que recibe a una nueva pareja de padres — y además, como parte de un sistema de valores que se sostiene sobre lo que se considera aceptable. “Antes, la naturaleza escogía a los bebés que nacerían, ahora lo hacemos nosotros y con mejor gusto” dice una de las madres, embarazada de casi nueve meses y a punto de recibir el sustancioso pago por el bebé que nacerá. La escena transcurre en una oficina inmaculada, radiante y la mujer que firma el extenso contrato, no sabe quién adoptará al bebé que gesta ni tampoco le importa. El mensaje de Ramos es escalofriante y también notoriamente complejo: la sociedad crea el producto y la oportunidad. Y hay quienes pueden pagarlo y quienes se benefician por ambas cosas. Entre los dos extremos, la novela muestra lo mejor de su argumento: la completa desnaturalización de la cualquier rasgo significativo sobre el hecho de concebir. En un mundo estéril — a medida que avanza la novela Ramos menciona de pasada los bajísima natalidad en un mundo lleno de problemas ambientales — la concepción se convierte en una forma de control, de ganancia y también, en un objeto del deseo al alcance de una nueva e improbable aristocracia.
Por supuesto, no se trata de un tema novedoso: George Orwell meditó sobre la devastación de la personalidad en beneficio del poder en 1984, la que es quizás, la distopía más famosa de todas y también, la más cruel. No obstante, para Ramos el horror de la sujeción al poder tiene una clara raíz en la estructura comercial despiadada. Mientras que la en la novela de Orwell la información, la historia y la propaganda reconstruyen el paisaje de la realidad, en la de Ramos se trata de una mirada a un horror vívido basado en la manipulación moral. Y es entonces, cuando la historia de este Paraíso de lujos convertido en una especie de infierno de la identidad — la muerte de la capacidad para el pensamiento libre y sobre todo, la posibilidad de la libertad individual — alcanza su punto más álgido, electrizante y realista.
The Farm está llena de alegorías que transforman a la maternidad y la reproducción en una red compleja de intereses monetarios. En el mundo imaginado por Ramos, hay alzas y desplomes de la bolsa de “Madres” — cuando un bebé muere, el mercado se detiene para analizar la pérdida — y también, amplias discusiones sobre las ganancias que obtienen padres adoptivos y madres sin rostro. A medida que la historia avanza, todas las líneas argumentales se enfocan en la posibilidad de un futuro inescrupuloso en que el cuerpo humano es la última moneda de cambio. Y aunque no lo menciona, Ramos abre la puerta para la especulación que el vientre subrogado sea sólo el principio de una larga cadena de compra y venta en la que órganos, bebés e incluso, la vida sean parte de transacciones y un violento mercado bursátil. “Nuestro cuerpo tiene todas las ventajas para ser apetecible y un bien codiciado ¿Por qué no pagar por ello?” dice Mae Yu a una de sus empleadas, mientras pasea alrededor de las piscinas en la que decena de mujeres a quienes sólo conoce por número, toman el sol. La insinuación es cruda y perversa, pero Mae no hace otra que asumir la probabilidad que tener un bebé — concebir — sea sólo una de las tantas formas de ganar dinero que permite la naturaleza humana. Para la ejecutiva — símbolo de un próspero negocio y también, del comienzo de una forma de producción por completo nueva — la moralidad, los límites emocionales e intelectuales sobre el hombre y su circunstancia, sólo son abstracciones. Y así lo deja claro una y otra vez.
Ramos narra su historia desde una aparente obviedad engañosa: Mae Yu resulta más despiadada que práctica, a pesar que durante buena parte de la novela, dedica un considerable esfuerzo para asegurarse que sus “madres” estén cómodas y sean felices. Pero a medida que la historia se hace más profunda y agresiva, es evidente que esta mujer pequeña y hermosa, es sólo la superficie de un mecanismo monstruoso de sutil esclavitud. Cuando de las madres decide abandonar el complejo en que le cuidan, Mae Yu aparece como una figura ominosa y furiosa: entre gritos, le recuerda “la inversión que ha disfrutado” y la anónima rebelde, termina encerrada y bajo medicamentos, para “asegurar el buen término del proceso”. Entonces, Mae Yu aparece con un contrato entre las manos, que sacude frente al rostro de la mujer anónima. “Esta es tu voluntad y se te paga por ella”, le espeta. Poco a poco, queda claro que esta distopía que no pretende serlo, sólo muestra el rápido crecimiento de un negocio en alza. Un capitalismo saludable cuyo músculo se basa en lo biológico. No hay nada personal, ni en la bondad o en la violencia. En una de las escenas más inquietantes de la historia, Mae Yu conversa con uno de los doctores a cargo del centro, que desliza con preocupación los posibles “dolores morales” que pueda provocar la venta y compra de bebé. Mae Yu se ríe a carcajadas e insiste que las “Madres son tratados extremadamente bien y compensadas más que adecuadamente por sus esfuerzos”. Lo que no comenta, es que cada mujer que ofrece su vientre, es en realidad víctima de algo periférico: la pobreza, el miedo, la incapacidad para sostener al futuro bebé. “No puedes mantenerlo, buscamos quien puede hacerlo” dice por último Mae, con una sonrisa dura “La antigua ley de la oferta y la demanda”.
¿Lo es en realidad? La novela no lo deja claro. Con su sutil visión sobre el miedo y un totalitarismo basado en el recurso monetario, The Farm crea una sensación de terror que evade cualquier reflexión sencilla. Al final, el mundo imaginado por Ramos es una espeluznante evolución del actual: se trata de un peldaño siguiente a la industrialización, el aislamiento y la soledad moderna. La riqueza no es una aspiración, sino una necesidad que puede ser complacida a través del cuerpo, gracias al cuerpo. Una especie de prostitución, que sin embargo tiene un tinte de frialdad futurista. La vida convertida en moneda de cambio e industria.