Crónicas de la feminista defectuosa:

La fuerza de Sansa Stark: entre la supervivencia y la aflicción de la víctima.

Aglaia Berlutti
15 min readMay 8, 2019

En una de las escenas del capítulo cuatro de la última temporada de Game of Thrones, Sandor Clegane ( Rory McCann) se encuentra sentado a solas en medio de las celebraciones de la victoria de Winterfell contra el ejército blanco. Como siempre, “El Perro” parece huraño, afligido e incómodo, mucho más en mitad de un jolgorio ruidoso en que no tiene mucho que celebrar. Para el más joven de los Clegane, el triunfo sabe a poco. En realidad, fue más un asunto de supervivencia que cualquier otro ideal caballeroso. De manera que hunde la cabeza en el plato y come sin mirar a nadie.

Entonces, una figura esbelta y oscura se sienta frente a él en la mesa. La Dama de Winterfell parece tan incómoda como él en medio del coro de risas y las conversaciones en voz alta. Pálida, fría y tensa, Lady Sansa tampoco tiene mucho que celebrar. El Norte triunfó pero a costa de la muerte de sus mejores caballeros y soldados. En medio del gran número de bajas, la región parece desolada. Y la mujer que gobierna — o intenta hacerlo — el árido bastión, está abrumada, cansada por el peso de la responsabilidad y preocupada por el futuro. Sentada frente a Clegane, tiene el aspecto exhausto de una superviviente.

Entonces ocurre entre ambos quizás una de las conversaciones más significativas del capítulo: Sansa recuerda cuánto ha cambiado de la chica que fue — la Pequeña Ave Stark, se llama a sí misma, recordando la manera en que Sandor solía llamarle — y luego, admite que a pesar de su sufrimiento, se ha hecho más sabía, fuerte y competente. “De haber venido conmigo, nunca habría ocurrido nada con Joffrey ni con Bolton” murmura Sandor. Sansa suspira, se inclina y en un gesto singular en un personaje tan contenido, le toma del brazo. “No sería yo, sin todas esas experiencias” comenta y lo hace en voz baja, firme. Le mira a la cara a Sandor, quien ya se ha extrañado pudiera hacerlo. “He visto cosas peores” le responde Sansa, con rara tranquilidad.

Toda la escena anterior, podría resumirse en la durísima conversación entre dos sobrevivientes a hechos muy violentos, dolorosos y deshumanizantes: Sandor fue quemado por su propio hermano y la mayor parte de su vida, ha vivido con cicatrices terribles que no sólo deforman su aspecto sino que le condenan al miedo y al trauma. Por otro lado, Sansa fue entregada en manos de un sádico como Ramsay Bolton que no sólo le agredió sexualmente, sino que la sometió a torturas inimaginables que la Dama del Norte jamás menciona, pero recuerda. Uno y otra, son consecuencias de la vida dura y violenta del continente, de la dolorosa forma de vida de un época violenta sin miramientos y que utiliza el abuso como una herramienta de poder. La conversación — que culmina con Clegane mencionando que “debe terminar algunos asuntos” — deja claro que ambos personajes han llegado a la conclusión que deben lidiar con sus demonios lo mejor que puedan. Que deben hacerlo, no sólo como una forma de hacerse más fuertes, sino para cerrar las puertas al pasado.

No obstante, esa sutil reflexión sobre la violencia — la forma en que se analiza, se asume y se traduce — de inmediato provocó la polémica en la redes sociales. La actriz Jessica Chastain escribió en Twitter al día siguiente del programa, que encontraba reprobable y preocupante que se relacionara “el empoderamiento de Sansa con la violencia sexual que debió sufrir”. Para Chastain, activista feminista muy visible, el corto diálogo entre ambos personajes es una forma de insistir en que la violación puede “fortalecer a los personajes”, lo cual le parece inaceptable. “Una mujer no necesita ser victimizada para convertirse en una mariposa. La frágil Ave siempre fue un fénix. Su notoria fuerza es sólo gracias a ella”.

La reflexión de Chastian se hizo viral de inmediato, por lo que la conversación sobre el tema terminó por hacerse inevitable. Cuando leí sobre el tema, me preocupó no sólo la interpretación que se estaba brindando a una conversación entre víctimas (parece muy sencillo olvidar que Sandor Clegane también lo es), sino la convicción mutua que a pesar del dolor vivido por ambos, se han hecho más fuertes. En ninguna parte del diálogo, Sansa (o mejor dicho, los guionistas) intentan revalorizar la violación — o quemar el rostro de Sandor — como una forma de hacer más fuerte a los personajes. De hecho, tanto para Sandor como para Sansa, la violencia fue el hecho que marcó y distorsionó el rumbo de sus vidas. Una situación que les sobrepasó, les destruyó y tuvo el poder para devastar la vida como hasta entonces la conocían. Sandor se convirtió en un renegado, un hombre marcado en cientos de formas. Y Sansa en una mujer que tuvo que abandonar su mirada sobre la vida para comprenderse más allá de la víctima en que se convirtió. Reflejados el uno en el otro, la percepción de la tragedia se hace amplia, trascendental y de enorme importancia.

— ¿Te parece que fue errado la forma en que tocaron el tema de la violencia sexual y la víctima en el capítulo?

Le hago la pregunta a M., una de mis amigas más cercanas y queridas, que sufrió una relación abusiva y maltrato físico por casi siete años. Como a casi todas las víctimas, a M. le llevó mucho tiempo asimilar el dolor y también, la noción que había sufrido violencia sexual dentro de una relación de pareja. Además, mi amiga debe lidiar con la idea que lo que padeció le convierte en una víctima, que además debe demostrar su “inocencia” en una sociedad machista. No fue un trayecto sencillo: para una mujer educada, culta y ponderada, el hecho de la violencia siempre es una sombra al filo de su comprensión sobre su identidad o mejor dicho, la forma en que se mira. De modo que para ella, la violación sexual es una idea que se entremezcla con la manera en que se concibe dentro de nuestra cultura. Para buena parte de nuestra sociedad, la víctima siempre es una víctima y ese nódulo de la agresión inamovible — y sus consecuencias — una manera inevitable de definir a quién la sufre. No es tan sencillo, por supuesto.

— No, en absoluto — me responde — en realidad, cuando Sansa dice que sin ellos habría sido un “pajarillo” toda su vida no creo que diga que el abuso le hizo la mujer que es, ni mucho menos lo haga una herramienta de “empoderamiento” creo que está ponderando sobre la inocencia que perdió y nunca va a recuperar. Esta idea dura sobre la posibilidad que ya no existe. Y la aceptación dura de que ahora no tienes otra opción sino vivir con lo que sí puedes llegar a ser. Creo que el diálogo no es tan limpio y bien logrado como para reflejar eso y que hay toda una larga tradición en medios y otros lados de sí usar el dolor y el abuso como si fuera “empoderador” a la larga, pero no en particular que es lo que quisieron hacer en Game of Thrones. Supongo es eso, no lo refinaron bien y la intención es ambigua.

M. tiene razón: Game of Throne ha sido criticada por mucho tiempo por su manejo del sexo y los personajes femeninos, sobre todo la forma en que la gran mayoría parecen responder a estereotipos poco creíbles y en ocasiones, incluso denigrantes. Durante la temporada cinco de la serie, Sansa fue agredida sexualmente por Ramsay Bolton la noche de su boda. La escena fue muy criticada pero sobre todo, demostró que aún había un largo trecho que recorrer sobre el hecho de la violación más allá de su cualidad de efecto destructor. La serie utilizó la violación para sustentar la idea de la maldad irredimible de Ramsay (un psicópata capaz de asesinar víctimas inocentes en una cacería privada en el bosque rodea su propiedad) y también, el sufrimiento de Theon Greyjoy, testigo involuntario de lo que ocurrió y en cuyo rostro la cámara se enfoca mientras se escucha a Sansa gritar y llorar. El hecho que los guionistas decidieran no mostrar a Sansa sino utilizar su dolor como una provocación y sobre todo, un reflejo de la personalidad de terceros personajes, levantó la inquietud de activistas y también de grupos de ayuda para víctimas de violencia sexual. ¿Hasta que punto la serie es incapaz de analizar la violencia devastadora de la violación, convirtiéndola en un simple un giro argumental sin otro valor que su dramatismo? ¿Los arcos argumentales del guión utilizan la violencia como puntualización de la historia, socavando la real profundidad de un hecho deshumanizante y cruento?

Más tarde, converso con mi amiga Luisa (no es su nombre real). Hace doce años, un desconocido la violó, golpeó, mantuvo secuestrada por casi seis horas y después la abandonó de madrugada semi desnuda y herida, en una avenida solitaria del Oeste de Caracas, donde finalmente la policía la socorrió. Para ella, la percepción sobre la violencia es un elemento descarnado y crudo con el que debe lidiar a diario, pero además, es una percepción sobre sí misma que se relaciona con la forma en que contempla la violencia y también, su vida actual. Casi un lustro y medio después, Luisa sigue sufriendo de crisis de pánico, pesadillas y malestares físicos producidos por el estrés. Para ella, la concepción de la violencia sexual está íntimamente relacionada con la forma en que comprende su vida y personalidad, pero sobre todo, de la víctima que intenta sobrevivir a lo que sucedió y que debe lidiar a diario con las consecuencias. Pero además, se trata de una concepción ideal sobre quién es y más allá de eso, en quién se convirtió debido a una experiencia traumática. También le pregunté que pensaba sobre la escena entre Sandor y Sansa.

— Sansa habla de violencia, no de violencia sexual — me dice en voz baja. El rostro pálido — entre quienes le hicieron daño, toca a Littlefinger, que ejerció violencia sobre ella y control, además de traicionarla de una manera trágica. Así que sobre lo que habla Sansa es acerca de la supervivencia, no del hecho de ser más fuerte gracias a lo que le ocurrió. Sino a pesar de eso.

Una sutileza de considerable importancia. Luisa me suele decir que no recuerda exactamente lo que vivió. Que para ella, lo ocurrido es una sucesión de escenas medio borrosas que no logra ordenar y mucho menos comprender. Pero que si recuerda el miedo. Lo recuerda en cientos de maneras que es incapaz de consolar y que a pesar de años de terapia, no ha logrado superar. Sufre de agorafobia (terror a los espacios abiertos), paranoia y también un severo trastorno del pánico que no mejora incluso a pesar del estricto tratamiento médico que lleva para mejorar los síntomas. Para Luisa, el suceso es real a diario, le atormenta a toda hora, le abruma hasta lastimar su identidad, su manera de percibirse, su forma de mirar el mundo. Más de una vez, me ha repetido que para ella, la violación es un ataque no sólo a su cuerpo, sino a una idea esencial de sí misma que nunca logró recuperar del todo.

Pero no se considera una víctima. Tampoco cree que las heridas — psiquiátricas e intelectuales — de la agresión no han curado. Más de una vez, me ha repetido que se piensa a sí misma como “sobreviviente”, alguien con los recursos y el poder real para enfrentar el miedo y convertirlo en algo más. Desde hace más tres años, Luisa participa en sesiones de terapia en que escucha con paciencia a víctimas de maltrato y violencia sexual. Lo hace desde la perspectiva de comprender la fortaleza de contar, admitir y reconstruir a pesar de un hecho de semejante impacto y capacidad destructiva. De una u otra manera, Luisa está convencida que sobrevivir es un acto de voluntad y que ese trayecto, atraviesa necesariamente la violencia sexual que sufrió.

— Sansa no asumió que gracias al hecho de haber sido violada, es más fuerte. Es fuerte a pesar de haber sido violada — insiste cuando le cuento acerca del Tweet de Jessica Chastain y la discusión sobre el tema — en muchas ocasiones, quienes rodean a un sobreviviente, creen que la mejor forma de comprender lo que viviste es olvidarlo, nombrarlo de forma muy concreta y permitir que el trauma forme parte de tu vida — suspira — pero es algo más. Nunca sabrás quién pudiste ser de no haber sufrido algo semejante. Pero debes lidiar con la persona en que convertiste debido a eso. No puedes borrarlo, menospreciarlo, indagar sobre como te sientes bajo la convicción que eres una víctima que no ha evolucionado desde el momento de la agresión.

Sansa, claro está, representa esa evolución. Eso, no obstante de encarnar la más reciente versión de uno de los arquetipo del superviviente más comunes en el cine y la televisión: la mujer violada que no sólo sobrevive sino que gracias al hecho violento, descubre su verdadero potencial y también, una fortaleza desconocida. Incluso, el subgénero cinematográfico “Rape and Revenge” reflexiona directamente sobre la capacidad de la mujer para volverse mucho más violenta y peligrosa, una vez que atraviesa el horror de la violación. No obstante, a diferencia de las habituales heroínas del subgénero y otras tantas en la historia de la cultura pop, Sansa ha recorrido un largo trecho desde la niña tímida que fue, hasta la mujer poderosa que puede gobernar una región hosca y levantística como la imaginaria Winterfell. En su pequeño diálogo con Sandor (también roto y herido por la violencia) reconoce que la violencia le cambió — un hecho inevitable — pero que además, ella pudo sobrellevar sus consecuencias. No se trata de desvirtuar y convertir la violación en una punta de lanza de la capacidad de la mujer — o el hombre — para hacerse más poderosa, sino del hecho que un hecho violento de una envergadura semejante deja heridas con las cuales todos los sobrevivientes deben de de lidiar. Algo de lo que casi nadie habla y de hecho, se analiza muy poco.

— Es natural: la idea sobre la víctima también es una forma de cliché — me dice Luisa cuando le comento lo anterior — si la mujer violada es un cliché de la ficción, la víctima que jamás deja de serlo lo es en la vida corriente. Nadie asimila que un sobreviviente debe continuar y que en ese trayecto, lleva la experiencia de la violación a cuestas. Creo que la mayoría de las mujeres violadas saben que continuar es algo que está en medio de un debate no muy claro.

Lo que Luisa menciona, me recuerda lo ocurrido durante el juicio contra los miembros de la llamada “Manada” en Pamplona, España. En el juicio, uno de los abogados de la defensa de los implicados, admitió que había investigado la vida privada de la víctima para demostrar que “no se comportaba como una víctima”. Para el abogado, que la sobreviviente siguiera frecuentando redes sociales y que tuviera una vida normal, era algo “inexplicable”. La prueba fue rechazada en el juicio pero la opinión que reflejó continuó siendo debatida por meses. ¿Qué debe hacer una sobreviviente luego de un hecho semejante? ¿Como debe asumir el peso de lo que vivió? Nadie parece tener la respuesta.

— Es muy sencillo hablar sobre la víctima, pero el cómo vive un sobreviviente, es un tema incómodo — me dice Luisa — ¿Qué debe hacer una mujer violada? ¿Temer a todos los hombres? ¿No tocar el tema bajo ningún motivo? ¿Tratar de olvidar lo que ocurrió? No es tan sencillo.

No lo es, por supuesto. Con frecuencia recuerdo a Luisa — y su escalofriante historia — cuando la cultura de la violación crea una versión consumible y comercial de la violencia sexual. Hace unas semanas me sorprendió la escena de una película que transmitían en un canal por cable: Una mujer con un vestido muy ajustado y prominente escote, corría por un callejón. Un hombre desconocido le perseguía mientras grita su nombre. Cuando ella resbaló y cayó al suelo, él se abalanzó sobre ella, la abofeteó e intentó contener sus frenéticos movimientos. Lo logró y entonces, ambos se miraron en silencio. La escena pareció cambiar de tono y sentido. Un primer plano los mostró a ambos, contemplándose entre jadeos entrecortados. La secuencia culminó con un apasionado y erótico beso. Me pregunté que pensaría Luisa al respecto, como interpretaría la óptica del guión y la perspectiva de la película con respecto a lo que vivió. Más allá, no dejo de pensar en todas las mujeres alrededor del mundo que han sido víctimas de la violencia física, sexual y emocional. Que la mayoría de las veces se responsabilizan por lo sucedido o que incluso, tienen la sensación se encuentran en una zona de grises donde su experiencia no parece encajar en ninguna parte. Las que se preguntan si conocer a su atacante hace menos absoluto el término violación o quienes simplemente se preguntan si tener miedo pero no tener los medios para enfrentarse a su pareja y evitar la relación sexual, también las convierte en víctimas. Un panorama difuso y sobre todo peligroso que parece extenderse en todas direcciones a partir de una idea esencial: ¿Por qué continúa considerándose que la violencia sexual es admisible? ¿Por qué continúa creando una imagen de la víctima entre alguien que acepta la violencia? Sanar un trauma semejante atraviesa el hecho de la normalización de la violación en nuestra sociedad, de la percepción que una mujer o un hombre que sufre una violación, debe lidiar a ciegas y casi siempre a solas, con el dolor.

Por supuesto, no me sorprende tropezarme con ese tipo de mensajes tan poco sutiles sobre la violencia y la sexualidad en todo tipo de películas, publicidad y libros. Durante la última década y a pesar de la toma de conciencia mayoritaria sobre el tema, la cultura de la violación parece escudarse — o disimularse — sobre esa percepción ambigua de los juegos de seducción o lo que parece ser algo más inquietante: la violencia como un medio de conquista sexual. Una y otra vez, la idea sobre la violación, el abuso sexual y sobre todo, lo que puede considerarse invasivo, peligroso o incluso, directamente agresión sexual parece borroso. Hablamos de un panorama donde la interpretación sobre la sexualidad continúa siendo lo suficientemente misógina para preocupar y sobre todo, para hacernos cuestionar sobre en qué medida se comprende el peso real que tiene la cultura de la violación en la actualidad.

Cuando le pregunto a Luisa que piensa al respecto, no me responde. Nos conocimos en uno de los grupos de apoyo para trastorno de ansiedad que frecuento y durante los meses en que hemos coincidido en las reuniones, noto que el tema de la violencia — no sólo la sexual —le hace reconsiderar todo lo que le rodea desde la óptica de lo que sufrió. Me explica que la agresión no es sólo física, sino que parece ser una mezcla ambigua de una serie de elementos que sumados entre sí, crean una percepción sobre el sexo que resulta preocupante. Me escucha mencionar esa cultura subyacente sobre lo sexual que se asume necesariamente violento y después, suspira cansada.

— Por eso se comprende poco ese diálogo de Sansa — me dice — la violencia sexual deja secuelas y el hecho es que además, te hace entender que debes llevarlas como cicatrices privadas. ¿Cómo explicas algo así a una sociedad que normalizó la violencia sexual o espera que te comportes de alguna forma en específico por sufrirla? Uno aprende a sobrevivir a lo que le sucedió o a intentar hacerlo — me dice por último — pero lo que no te esperas es que todo lo que te rodea te lo recuerda y no accidentalmente. La mayoría del tiempo, me atacada por todos lados, como si debiera sentirme culpable por lo que viví y no asumirlo “como algo que puede ocurrir”. Me ha llevado muchísimo esfuerzo entender que para la cultura, que una mujer sea violada es un hecho que se admite. Uno de los riesgos que la mujer debe aceptar “ocurrirá”. Y que después, a la sobreviviente se le mira con desconfianza si no se comprende desde la debilidad.

Me cuenta que en ocasiones no puede soportar los mensajes directamente violentos que ve, lee o escucha con respecto a lo que es una violación. Desde campañas publicitarias que insisten en que toda mujer es “accesible” físicamente si insistes lo suficiente o debería serlo, hasta escenas de películas donde se interpreta la agresión como “necesaria” para acceder a la mujer. O cuando se insiste que está bien el uso de bebida, presión emocional e incluso, cierto maltrato físico para tener sexo con una mujer. Para Luisa, hay un ingrediente que se insinúa, que está en todas partes y que se hace tan normal que pocas veces se nota.

— Me siento muy paranoica cuando me duele o me asusta un anuncio donde hay un ingrediente sexual relacionado con la violencia. Me pregunto si lo noto yo o es cosa asumida. No sé como reaccionar. Pero logro continuar a pesar del miedo que siempre está, de la sensación de impotencia y frustración. Ese diálogo resume algunas cosas sobre esa idea. Quizás sin demasiada habilidad y con demasiada sencillez, pero está allí. Lo esencial sobre la sobreviviente que se reconoce como una mujer que cambió por un hecho violento y que debe lidiar con ese cambio.

Por supuesto, en Game of Thrones la violencia es un elemento que forma parte intrínseca de la historia. Cada personaje la ha sufrido de alguna u otra manera y la serie — lo mismo que los libros — asimila la convicción sobre el dolor y el miedo remanente desde la forma en que cambió a sus personajes. Theon Greyjoy fue castrado (también un tipo de violencia sexual) y sometido a toda clase de torturas. El sufrimiento añadido a la tragedia convirtió a Theon en un hombre nuevo. Pero la serie deja muy claro que no fue gracias a las torturas de Ramsay que el pupilo de Ned Stark encontró la redención, sino que sobrevivir le obligó a encontrar un tipo de fortaleza interior que le volvió un buen hombre, al menos desde los parámetros de la serie.

Sandor Clegane está desfigurado, herido y destrozado (además de traumatizado) y Sansa, rota y afligida, intenta consolarlo con su propia experiencia. Entre ambos, nace una fugaz conexión de comprensión, de la misma forma en que ocurrió cuando Theon regresó a Winterfell para batallar junto al ejército de los clanes del Norte. El abrazo que intercambió con Sansa — dos sobrevivientes al mismo victimario — fue tan significativo como poderoso. Un diálogo con el sufrimiento y también, las maneras en que quienes lo padecen, logran recuperarse gracias a sus naturales reservas de valor y el poder de su voluntad. Sansa, apretando el brazo del desventurado Sandor, recordó el valor de comprender el peso de las heridas en su vida. Y ese quizás, es un elemento sutil que sostiene en más de una forma, el trayecto interior de su personaje y su eventual redención.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine