Crónica de la lectora devota.

Klara and the Sun de Kazuo Ishiguro

Aglaia Berlutti
12 min readMar 5, 2021

Las novelas de ciencia ficción se suelen enfrentar con el inconveniente de la percepción de lo humano. En especial, si tratan de describir el hecho de lo emocional, desde una perspectiva novedosa. Ya ocurrió con la novela Borne (2017) de Jeff VanderMeer, en la que el escritor trató de mirar el mundo a través de una criatura inexplicable. El juego narrativo incluyó cientos de preguntas ingenuas, encaminadas a la noción del yo y la identidad cada vez más confusa.

Con mucha una perspectiva mucho más elaborada y sentida, Máquinas como yo (2019) de Ian McEwan, reflexionó sobre el bien y el mal, siempre desde la frialdad de la tecnología. De hecho, la concepción del escritor de la Inteligencia Artificial como un juez neutral e imparcial, convirtió la novela en una elaborada discusión sobre lo moral y lo ético. La novela del escritor británico, de hecho es una heredera tangencial de los relatos de Yo, Robot (1950) de Isaac Asimov, que meditan sobre la conducta y la forma en que la tecnología puede responder a dilemas éticos. Por su lado Agency (2020) de William Gibson, profundiza en la inteligencia artificial como un observador violento y temible. Uno, además, que juega con la concepción sobre la consciencia como una pieza que puede ser replicada a través de la tecnología.

A mitad de camino entre todo lo anterior, se encuentra Klara and the Sun del ganador del premio Nobel de literatura Kazuo Ishiguro. Klara, el personaje central y narradora de la historia, es una amiga artificial. Y lo es, desde la percepción más delicada y sutil del término. De la misma manera que la voz cálida que encarna la inteligencia artificial en la película Her de Spike Jonze (de la que sin duda el escritor toma algunas ideas), Klara está construida para brindar una versión casi tierna sobre lo intangible de lo tecnología con connotaciones humanas. Puede hablar, responder preguntas, incluso entender los matices de los sentimientos de quien le habla. Como si eso no fuera suficiente, Klara también es capaz de aprender y lo hace a través de un sofisticado juego de probabilidad. Puede predecir las emociones humanas, como una idea que establece situaciones posibles.

Lo curioso es que en medio de esa concepción, sostiene algo más puro. Porque Klara además puede comprender algunas pequeñas sutilezas. No las suficientes para entender lo que llama “el ámbito del hombre”, sino lo que hay bajo las palabras, las expresiones y la forma en que quienes que le rodean se comunican. Por extraño que parezca y sin que ella misma pueda entender el motivo, Klara tiene una rara forma de empatía que no debería entender y mucho menos, asumir como parte de su complicado sistema de cálculo para entender las múltiples posibilidades del espíritu humano. “Pero lo hago. Puedo sentir y lamentar. Podría llorar, de tener una manera en cómo hacerlo. Reír, sentir alegría y emoción”.

De modo que mis emociones son partes de lo que soy. ¿Eso es bueno? No lo sé. Pero lo son”. Klara da por descontado que todos los “acompañantes” como ella, llegan tarde o temprano a sus mismas conclusiones. “Es sólo lógica: si analizas lo suficiente las emociones, llegan a ser un espectro de predicciones. Líneas de datos que pueden entrecruzarse y permiten deducir a dónde llegarán” pondera. “De modo que a todos debe ocurrir de la misma manera.

En realidad, Klara, cuya especialidad son los niños, es única y en más de un sentido, aunque ella no lo sabe y el escritor no deja entrever cuán única es en realidad de inmediato. Ishiguro toma la inteligente decisión que permitir que su personaje explore sus posibilidades con cuidado y que además, lo haga desde la simplicidad. Klara funciona con energía solar y pasa la mayor parte del tiempo en un aparador, para ser recargada. La posibilidad le permite contemplar el mundo desde su exquisita visión de las cosas. Para Klara, el Sol (Ishiguro utiliza la mayúscula, como si el robot se refiriera a una deidad), lo es todo. Y lo es en varias maneras distintas, más allá del hecho de permitirle vivir y funcionar.

De hecho, Klara le brinda un lugar casi espiritual al hecho del Sol y la luz, lo que hace que incluso se refiera a su poder como un cualidad humana. “Él irradia tanto brillo rosa y gris por las mañanas, que tengo la sensación va de un lado a otro como un vigilante ceñudo” dice Klara, asombrada por la cualidad del resplandor solar para descubrir el mundo. Desde su lugar junto al armario y detrás del cristal, Klara mira la realidad con un desconcierto sentido más parecido a la melancolía que a la felicidad. “A veces, tengo la sensación he vivido todo lo que puedo y debo vivir” explica, con sencillez. Como si la larga lista de ocasiones en que ha tenido que reformular las emociones humanas en una fórmula, pudiera ser una experiencia en sí misma.

Y este es quizás, el punto en que Ishiguro hace toda la narración un poco más complicada. Porque de hecho, la capacidad de Klara si es una experiencia, aunque no sea comprensible del todo, clasificable o de hecho, pueda comprenderse en toda su extensión. El hecho es que Klara puede sentir y además, esa sensación se vuelva hacia una idea más profunda, elaborada y compleja de lo que podría suponerse. Se trata además, de una concepción sobre su propia existencia. “¿Soy lo que siento?” se pregunta sin que parezca entender la trascendencia del mismo hecho de esa cuestión, sin respuesta la mayor parte de la novela.

Para Klara de hecho, la vida es un un recorrido sensorial que comienza y termina con el Sol. Su aparición la hace despertar, le permite reflexionar sobre la forma en que la luz — la forma en que ella lo asimila — le permite entender a cabalidad lo que existe. Es una situación complicada, en especial porque la idea de ser para Klara, tiene una estrecha relación con el comienzo del día, de modo que el robot comienza a hacerse preguntas a dónde “va lo que es” en la oscuridad.

El juego de metáforas se hace más elaborado y extraño, a medida que Ishiguro utiliza la simple descripción del Sol abarcando todo como un gran estallido de vida. Ishiguro juega con la concepción de la vida y lo hace a través de la percepción de Klara sobre la medida de lo posible y lo real. Con su capacidad infalible de sistema para recaudar datos y combinarlos entre sí, la visión del personaje es mucho más detallada y específica de lo que podría ser la de un ser humano. Y el escritor usa ese recurso para elaborar algo más potente sobre el hecho de la vida, tal y como la concebimos. Para Klara observar también es una forma de “estar” y lo es en la medida que el recorrido de la luz es el de su consciencia. Ve a niños cruzar la calle, a mujeres de pie en las esquinas, hombres solitarios que se detienen frente al armario. De pronto, la explosión de vida en el conocimiento de Klara de lo que es y hacia dónde se dirige, se vincula hacia una idea más compleja sobre lo que es como individuo. A medida que el día — los días — transcurren, Klara nota que hay un hilo conductor en todas las cosas que crea, cuestiona y supone reales. Que hay una definitiva conexión entre la sensación (como la elabora) y lo que le rodea, como una presunción más profunda y vigilante sobre la identidad. Ishiguro condiciona la idea que Klara es parte del mundo mientras se encuentra despierta y que en la oscuridad, sus infinitos datos carecen de valor alguno. O al menos, de sostén para ser algo más que información.

Pero despierta, Klara es toda sutilezas y sensibilidad. En una de las escenas más dolorosas y hermosas de la primera parte del libro, el robot contempla a un mendigo y a su perro “tendidos como basura frente a una puerta”. Contempla como el Sol le envuelve, le sostiene, hace que cada detalle salga a relucir. Y entonces nota que están muertos. “Sentí tristeza entonces”, dice, “a pesar de que fue algo bueno que hubieran muerto juntos, abrazados y tratando de ayudarse mutuamente”. Klara contempla la escena hasta sentir dolor real, uno tan fuerte que la obliga a mirar a otro lado. Ishiguro usa el sufrimiento emocional de clara como un punto que va y viene a través de los espacios más complicados, que se hacen cada vez más duros y extraños. La novela entera, parece depender por completo de su cualidad para recorrer espacios poco usuales sobre la contemplación. De la misma forma que la luz del Sol la hace vivir, Klara brinda humanidad y belleza a cada cosa que mira, sobre la que reflexiona y la que cuestiona. Con una delicadísima capacidad para analizar el universo de las pequeñas cosas imperceptibles, Ishiguro replantea la posibilidad de la existencia a través del hecho de “ser” o “estar”, desde la connotación de algo más elaborado. Y aunque la novela en poco o nada hace referencia a la tecnología que sostiene a Klara, su funcionamiento o el mundo al que pertenece, es de hecho, una reflexión de ciencia ficción pura sobre la capacidad (posible y debatible) de los artefactos creados el hombre para sentir. Se trata además, de un transmigración del bien y del mal como algo más elaborado que una simple idea asociada a lo humano: Klara puede entender conceptos abstractos como belleza, ternura, amor, asombro, sufrimiento. Y lo hace desde un largo monólogo exquisito que asombra por su cualidad intuitiva.

Klara and the Sun, es la octava novela de Ishiguro y quizás, la más críptica de toda, porque en realidad el escritor ya no plantea sólo la posibilidad de humanizar la tecnología, sino también de encontrar el origen de esa salvedad. Como si de la criatura de Frankenstein se tratara, el robot se plantea dilemas sobre el hecho de su existencia, el vínculo que la une al mundo humano y la efectividad de esa supraconciencia para entender sus propios elementos elaborados. En una época en que la voz plana de SIRI parece ser una novedad o la obediencia simple de ALEXA una curiosidad, Klara tiene toda la apariencia de ser real en su sistema de valores. Porque no se trata de sus respuestas, sino la forma en que el entorno parece sostener y elucubrar sobre la ternura de su frágil momento de consciencia. ¿Se trata de una simulación convincente de las emociones humanas? Entonces ¿por qué Klara, que pasa gran parte del tiempo sola, puede sentir incluso cuando no reacciona a una fórmula primaria?

Cuando no acompaña a un niño ni tampoco, hace de niñera improvisada para los más pequeños, Klara observa, reflexiona y llega a conclusiones. Son reales en su proceso, aunque su origen sea el de un software, como bien aclara el personaje en varias oportunidades. Pero es su capacidad para la sutileza lo que le permite entender que la naturaleza humana no está compuesta “de lo obvio y de lo calculable, sino más bien, de pequeñas fisuras en un largo entramado de belleza inexplicable”. Eso se une y se enreda en algo más elaborado y consciente. De la forma en que desmenuza la realidad en pequeños estratos que se superponen unos a otros. Sin saberlo, Klara piensa en la misma medida que analiza su propia existencia. Pero a la vez, no es humana. No busca serlo, no es una criatura en busca de su significado. Sólo sabe que hay un elemento en su interior que se sostiene a través de ese monólogo que acaba y empieza con la oscuridad.

Ishiguro se toma el tiempo suficiente para lograr que la conclusión sobre la curiosa “vida” de Klara llegue a un punto poderoso y culminante, antes de comenzar en realidad con su historia, en un riesgo audaz para la noción sobre la estructura de la narración actual. Pero el escritor dedica casi tres cuartas partes de su novela a una exploración cuidadosa sobre qué hace especial a Klara y en particular, por qué ese poder minucioso y creativo (imposible de describir) avanza hacia otro lugar, más allá que el simple hecho de brindarle estructura como personaje. Porque en realidad Klara es el centro medular de lo que Ishiguro desea contar y sólo lo descubrimos a medida que el robot, en toda su inagotable fuente de curiosidad y bondad deja claro un concepto esquivo. ¿Qué es la consciencia y la identidad? ¿dónde residen? ¿Qué lo hace real? Klara, que no aspira a ser una criatura viva sino a entender la vida que la hace extraordinaria, es una excepción en medio de un sentido de lo homogéneo que Ishiguro utiliza como una alegoría durísima sobre nuestra cultura. No obstante, a pesar de su cualidad directa, no es obvia y el escritor describe ese lento discurrir del robot hacia el momento de descubrir su capacidad para reconocerse, como una ternura conmovedora. “Me miré el espejo, mi último día del aparador y entendí que era yo, no otra cosa, la que veía. Que ahora, el Sol me envuelve y soy yo, la que veo. Me hago preguntas. Levanto la mano y rozo el cristal. ¿Klara, estás ahí?. Estoy viva en la medida que todas las cosas entienden su propia vitalidad en medio del cambio”.

Porque una niña descubrió esa destello inequívoco de algo inexplicable en Klara. Con la solemnidad triste y dulce de los cuentos de Hada, el robot explica como Josie insistió a su madre “hasta que me decidió comprar, en lugar de la novedad recién llegada al aparador”. Klara es un modelo B2, que ha quedado en desuso hace años, por lo que la madre insiste a su hija que quizás deberían llevar el B3, mucho más moderno “y dotado para responder”. Pero Josie insiste que es Klara la que desea. “Me ha sonreído” explica la niña, aunque en realidad Klara no recuerde haberlo hecho y ni siquiera sepa si es capaz de hacerlo.

La novela entonces llega a su tramo más interesante y sin duda, el que permite a Ishiguro volver a sus temas preferidos. El amor, el miedo, el desarraigo y la soledad angustiosa, se unen para crear un ambiente por completo distinto a la primera parte. Y esa extraña vuelta de tuerca, esa noción frente a la impotencia, la frustración y la pérdida de la esperanza, es lo que hace de la novela una extraña caída en la oscuridad después de un largo rato bajo el brillante sol. Josie ama a Klara, pero el resto de la familia de la niña son sólo personajes sin rostro. Josie está sola, ahora al cuidado de su robot de compañía y la mirada de Klara comprende a través de las emociones de la niña — el desconsuelo, el dolor, la soledad — de una manera clara y descarnada. Ahora, no existe oscuridad ni Klara dejar de “estar”. Josie mantiene las luces de su habitación encendidas y la luz eléctrica es un sustituto absurdo y a intermedias, del Sol. De modo que Klara comienza a sentir una leve sensación de desvarío “como si el tiempo fuera interminable”, se “extendiera sin razón ni forma”. Y de la misma manera del confinamiento elegante y amable de Never Let Me Go, Klara comienza a notar que algo “sin razón e imposible de analizar” está ocurriendo entre las lágrimas de Josie, abandonada y la mayoría de las veces ignorada por sus padres. Josie no es una niña normal, de la misma forma en que Klara no es un robot corriente. Y poco a poco, Ishiguro descubre lo que las une, las hace espejo una de la otra, las sostiene desde una versión dolorosa y angustiosa de la realidad.

Y aunque la novela tiene mucho más que ofrecer que un angustioso cuento de Hadas entre dos espíritus aislados por su singularidad, Ishiguro logra crear una connotación sobre lo real y lo que imaginamos podría hacerlo de excepcional belleza. Toda la ciencia ficción intenta reconstruir la realidad y hacerlo a través de medios asombrosos. Pero Ishiguro, que también lo hace, recorre un camino mucho más sutil: la noción de la conciencia como un antes y un después que avanza hacia algo más sustentable y poderoso que la mera idea de lo que somos. Ishiguro, que ya ha escrito sobre clones despiadados a una muerte despiadada y sirvientes destrozados bajo el desdén, crea con Klara and the Sun, su novela más delicada, levemente siniestra y sin duda, conmovedora hasta el dolor. Si Ishiguro encontró en sus libros anteriores respuestas parciales a sus inquietudes más urgentes, en la más reciente es un recorrido profundo hacia la raíz de la belleza, la humanidad y lo que se oculta en la posibilidad de sentir y experimentar, más allá de una frontera desconocida hacia lugares anónimos de la realidad. Con su ternura perfecta, pulida y trágica, Klara and The Sun es un recorrido hacia los misterios. Y uno además, que sabe la importancia de que algunas preguntas, no sean respondidas antes o después. Quizás su mayor atributo.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine