Crónica de la lectora devota:

The Water Dancer de Ta-Nehisi Coates

Aglaia Berlutti
12 min readNov 22, 2019

Para Toni Morrison, la raza es un vinculo con la historia colectiva, una encuentro con la forma en que comprendemos la identidad y las conexiones que nos unen a la cultura a la que pertenecemos. De hecho, en uno de sus numerosos ensayos sobre raza y memoria — tema que obsesionó a la escritora por buena parte de su vida literaria — escribió acerca de lo que llamo “el estrés de recordar, su inevitabilidad” pero también meditó, en un tono incisivo “las posibilidades de liberación que se encuentran dentro del proceso”. Se trata de un ejercicio sobre la necesidad de ordenar las piezas que permiten reflexionar sobre quienes somos y el peso de la individualidad, más allá del contexto y de la época ea la que pertenecemos.

El escritor Ta-Nehisi Coates medita sobre versiones semejante del recuerdo y la memoria colectiva en su libro The Water Dancer, en el que utiliza el recurso de la metáfora y la simbología, para profundizar sobre los horrores de la esclavitud y también, sobre la forma como las heridas más profundas de una tragedia histórica de semejante envergadura, aún continúan siendo parte esencial del cómo se analiza la cultura afroamericana. No se trata de un texto sencillo — aunque aparenta serlo — sino en realidad, un audaz recorrido por las implicaciones del peso de la esclavitud y el racismo en la forma en que se concibe la sociedad norteamericana, rota y enfrentada a sus espectros más dolorosos cuyo origen parece ser inequívoco. La novela, escrita en clave de ficción y con la percepción de la fantasía como hilo conductor de algo más amplio, traduce el sufrimiento del hombre americano afrodescendiente como parte de una concepción más amplia acerca la pérdida de un hilo conductor a un pasado en común. Un testimonio abrumador sobre la tentativa cultural de elaborar una hipótesis que englobe a la raza — y las nociones que convergen sobre ella — como líneas inquietantes sobre quienes somos o cómo concebimos lo que nos define.

En conjunto, la obra tiene un sentido aleccionador — es notorio que se trata de una narración escrita con deliberada y puntual intención de mostrar a la esclavitud en crudo y aterrador detalle — pero nunca, sermoneador. Coates no se considera una autoridad, sólo una observador. Y uno además, cuya mirada va transformándose con una rapidez asombrosa. Es esa contemplación de lo efímero y de lo sutil de lo que crea y sostiene la cultura es quizás lo más eficaz de un libro duro de asimilar. De hecho, la novela es una tentativa singular por tomar de manera literal las posibilidades de liberación que propone Morris y proponer, una extrañísima forma de redención del maltrato, el miedo y los horrores que la esclavitud trajo consigo. Un recorrido que además, se cuestiona la posibilidad de la memoria como un hilo conductor no sólo de la herencia — otro tema que para Coates es de considerable importancia — sino para construir una versión de la realidad alternativa, en la que el poder de la voluntad y el espíritu de la raza y la pertenencia, se mezclen en algo más poderoso. Coates es un escritor de singular capacidad para la narración fantástica, pero también, hay un elemento lóbrego que sostiene una connotación siniestra sobre lo que cuenta. En las profundidades del mar yacen las almas de los que murieron en intentos desesperados por escapar. Pero en la oscuridad y en el mar, también está la percepción inevitable que sostiene el miedo y los secretos tenebrosos de una ruptura social y cultural de consecuencias inimaginables. Porque para el escritor, la memoria es un recorrido hacia los anales de la historia pero también, para los terrores y esperanzas que la habitan. Un camino insondable y temible hacia la oscuridad, una búsqueda de razones para comprender el futuro.

El argumento de The Water Dancer podría definirse en una sola frase: ¿Cuál es el poder real de la memoria? Como si se tratara de una estructura viva con sus propias reglas y también, la capacidad de construir una versión de la realidad alterna, la novela funciona en dos dimensiones distintas en la que el presente y el futuro, el bien y el mal, la concepción sobre el individuo y el legado — silencioso y a menudo invisible — que podría definirle. Por supuesto, con su fantasía sobre un mundo submarino en el que los esclavos encuentran un lugar seguro, Ta-Nehisi Coates toca terreno resbaladizo, doloroso e incómodo, tanto como para que las líneas de percepción sobre lo que desea contar — una ficción en estado puro — se mezclen con algo más inquietante, tenebroso y extraño. Sin duda, la esclavitud es un tema que aún provoca incomodidad en la sociedad estadounidense, mucho más luego del reciente repunte supremacista y sobre todo, la notoria existencia de un profundo sustrato racista mezclado en la noción cultural sobre el país. Y tal vez, justo por esa incomodidad, las versiones sobre la historia, vicisitudes y dolores del desarraigo y el miedo que la esclavitud representan, en ocasiones suelen obsesionarse con los mismos temas y las mismas percepciones. De manera que la visión de Ta-Nehisi Coates es toda una novedad, no sólo por su reinvención sobre el tema del racismo, el horror de la sumisión y la interpretación sobre la libertad, sino también por su capacidad para mezclar leyenda y realidad en medio de una narración poderosa y conmovedora. Por supuesto, el escritor solo retoma un tema eterno dentro de la literatura: el de escapar del propio destino, pero lo redimensiona desde una noción de profunda belleza que lo convierte en un testimonio poderoso sobre la condición humana.

Para Ta-Nehisi Coates la concepción de la esclavitud nace de una comprensión sobre los dolores existenciales y la belleza casi sublimes. La novela comienza desde la perspectiva del escape inminente pero en lugar de concentrarse en el miedo y la incertidumbre, lo que emparenta la novela con la maravillosa El Ferrocarril Subterráneo de Colson Whitehead: ambas ficciones recorren con cuidado la posibilidad, el escape, la evasión y recuperar el poder perdido a través de la violencia. Pero mientras Whitehead analiza y profundiza sobre el futuro como una recreación inmediata sobre una fantasía extraordinaria y monumental, Ta-Nehisi Coates reflexiona sobre circunstancia íntima del riesgo y del miedo que conlleva la batalla por vivir. La experiencia privada parece ser una idea agobiante que se traslada desde la noción de la existencia — ¿Como percibe la esclavitud el que la sufre — y se extiende como una visión del bien y del mal moral que evade una explicación sencilla. El resultado es una alegoría del sufrimiento social que el racismo produce pero también una búsqueda de significado y origen que se traslada desde el horror hacia la búsqueda de la memoria colectiva. Y Ta-Nehisi Coates lo logra, a través de una narración efectiva y durísima, una búsqueda emocional y paciente de todo tipo de ideas sobre la percepción del hombre sobre su circunstancia y su naturaleza. Para el escritor la esclavitud es una forma de oscuridad — mental, emocional, intelectual, social, cultural — y lo expresa en imágenes recurrentes que muestran a los carriles de los trenes que transportan a los esclavos, extendiéndose hacia las sombras. Una penumbra perenne contra la que los personajes deben luchar a cada paso en medio de un clima a vez más asfixiante y violento.

Desde el comienzo, la novela analiza la idea histórica de la esclavitud y el abuso del poder desde dos perspectivas muy claras: en primer lugar lugar la historia — repleto de datos exactos y profundamente sentidos — que el autor utiliza como telón de fondo de no sólo lo que narra, sino el contexto emotivo de sus personajes. Muy parecido a los testimonios tradicionales como los de Solomon Northup, la novela avanza entre todo tipo de precisiones históricas de indudable valor anecdótico. Eso, a pesar que es evidente que para Ta-Nehisi Coates, el rastro académico de la historia no es tan importante como la narración. El argumento se nutre de una evidente investigación pero también de la capacidad del escritor para utilizar los datos reales y crear una perspectiva de la ficción de notoria consistencia. También, hay mucho de Beloved de Toni Morrison en el ritmo pausado y fatalista que atraviesa la percepción de la identidad y el individuo. Pero sobre todo, Ta-Nehisi Coates parece obsesionado con la percepción de la tradición y la costumbre de las poblaciones sometidas a la esclavitud que muestra The Book of Negroes de Lawrence Hill. Entre ambas cosas cosas, el autor desarrolla un ritmo visual y lingüístico que sostiene la idea de la circunstancia de la violencia — esa normalización dura y corriente que convirtió a la esclavitud en un fenómeno aceptable — y también, de esa mirada hacia el dolor de un grupo de hombres y mujeres heridos por la historia. La referencia es tan fuerte, que las primeras páginas del libro transcurren en medio de una sensación de evidente reconocimiento, pero de pronto, la novela asume su propia identidad, poder y una eficaz comprensión del espacio y el tiempo que intenta desarrollar.

Ta-Nehisi Coates es mejor conocido como escritor de ensayos y textos académicos, que incluyen una concepción sobre la condición del afroamericano en una sociedad que pretende no ser racista, pero que sostiene los rasgos más angustiosos del prejuicio convertido en una línea de separación social. La fantasía especulativa del escritor tiene algo de la brillante sagacidad que ha mostrado en varios de los mejores volúmenes del cómic Black Panther — del cual es colaborador frecuente — y también, de una profunda consideración con respecto a la etnia con una sofisticación que asombra por su sentido metafórico. Aún así, Coates no las tiene todas consigo y a pesar de sus buenas intenciones, la novela no llega a los niveles de complejidad y belleza que intenta construir a través de todo tipo de referencias cruzadas, símbolos y análisis sobre los dolores históricos que la étnica y la raza pueden contener como una gran capsula de motivaciones. Se trata de una narración melancólica, llena de la noción del héroe accidental en busca de un sentido a sus inquietudes emocionales e intelectuales más profundas, pero aún así, no llega a cohesionar todo el argumento para completar algo más extraordinario. Hay una sensación de obra inacabada, construida en espacios endebles que no logra sostener la ambición de una búsqueda inminente de asombro. La percepción de la fantasía está allí — y con una percepción lírica espléndida — pero también, la derrota. Coates intenta mezclar ambas cosas y aunque lo logra en ocasiones, carece del impulso suficiente para llegar al centro justo que podría convertir su texto en una analogía brillante sobre los temores y esperanza frustradas de toda docenas de generaciones maltratadas y destruidas por la violencia cultural a la que fue sometida.

Dancer in the Water es una revelación en la medida que logra balancear sus inteligentes recursos en algo más consistente: La noción sobre un Paraíso Oceánico que reserva secretos para quienes sobrevivieron a los horrores del cautiverio es de una belleza dolorosa, pero también, es peligrosa. Una y otra vez, Coates reconstruye la concepción del poder — del que se ejerce y se pierde — para reflexionar sobre la cultura como una herencia tan profunda como ilimitada. “Somos lo que se nos transmitió, incluso de manera involuntaria, en pocas estructuras que se analizan y se superponen” dice uno de los personajes al analizar el secreto que tiene entre manos. “Pero a medida que crece la medida de la desdicha, es imposible no encontrar una línea que pueda sujetar el tiempo, el poder y las pequeñas contradicciones en algo más que el miedo”. Quizás, por se motivo el rasgo más reconocible de la historia sea su sabor metafórico, su mirada existencialista y rabiosamente sincera. A la manera de los grandes testimonios personales, la novela transita el terreno del narrador que observa asombrado lo que ocurre a su alrededor, pero también, desde cierta angustia persistente sobre los dolores ocultos entre los trasfondos invisibles de la historia. Para Coates, la esclavitud no es sólo una idea social de inimaginable dureza, sino una distorsión cultural que se manifiesta en todas partes y de todas las maneras posibles. A medida que transcurre la narración, es más evidente que Coates analiza la percepción sobre la eventualidad de la libertad personal, en paralelos muy claros de dos épocas separadas casi por un siglo de distancia pero profundamente relacionadas entre sí. La percepción de la esclavitud como un genocidio a gran escala — y sobre todo, una noción sobre una tragedia colectiva de durísimas implicaciones — permite a la novela crear hipótesis muy claras sobre la raza y la discriminación.

En El ferrocarril subterráneo, Whitehead cuestiona la posibilidad de un país construido sobre los cimientos de los prejuicios. “América también es una ilusión, la más grandiosa de todas. La raza blanca cree — y lo hace con todo su corazón — que es su derecho a reclamar la tierra. Matar a los indios. Hacer la guerra. Esclavizar a sus hermanos. Esta nación no debería existir, si hay justicia en el mundo, porque sus fundamentos son el asesinato, el robo y la crueldad” declara Whitehead a través de uno de sus personajes. Para Coates, la versión sobre el dolor que se hereda y se asimila en una cultura en que la discriminación es un acto naturalizado, tiene la misma dureza pero también, hay lugar para la esperanza. Sus personajes esperan a sus muertos en la orilla del mar y además, asumen la idea inmediata — sin tránsito hacia la incredulidad y la concepción sobre lo extraordinario — sobre un lugar en que la injusticia y el horror es incapaz de llegar. De modo que la novela se convierte en un manifiesto, una proclama, y un motivo para asumir que la incertidumbre podría tener sentido y además, transformarse en una forma de fe. Todo, a mitad de un torbellino de emociones en la que la narración de Coates dibuja un recorrido doloroso por los ámbitos disimiles: Por un lado, novela trata de elaborar una mitología propia que condense lo más cruel de la esclavitud como fenómeno y se condense en algo más duro de asimilar. La mera posibilidad de un mundo alternativo, en la que los hombres y mujeres maltratados y heridos por la violencia, puedan encontrar la redención, es de una belleza extraordinaria, sólo que debe batallar — y no logra siempre el equilibrio entre ambas cosas — con la certidumbre de lo que realmente ocurrió. La esclavitud es quizás un hecho de una envergadura indescriptible, como para reducirlo a un cuento de hadas escrito con pulso elegante y profundo, pero que no abarca los terrores reales de un horror histórico cuyos detalles superan cualquier acto de redención basado en la imaginación. Aún así, es en medio de esa angustia profunda y casi melancólica, que el libro logra no sólo crear una concepción sobre el sufrimiento que sorprende por su cualidad conmovedora sino , un real atisbo de esperanza. Una forma de resistir la injusticia e imaginar el futuro como la obra esencial de las buenas decisiones y la capacidad para aspirar a la bondad. Al final, la novela se convierte en un manifiesto, en una proclama sobre el país y el mundo posible y sobre todo, sobre en la fe y el motivo por el cual luchamos contra la incertidumbre. Toda una concepción sobre el futuro brillante y sin duda, poderosa, a pesar de sus fallas y los momentos blandos del argumento.

No obstante, Coates insiste que escribe sobre “héroes que no vivieron en libros, sino en nuestra charla; un mundo entero propio, escondido de ellos, y ser parte de ese mundo, sentí que incluso entonces, debía estar en secreto , un secreto que estaba en ti”, como si el tapiz de la memoria sostuviera su historia desde la esencia misma de lo que puede esperarse de sus momentos más complejos y brillantes. Dancer in the Water es una novela sobre la memoria, pero también, es una búsqueda de conclusiones sobre los pesares culturales que la población negra norteamericana lleva a cuestas. Y Coates no logra mezclar ambas percepciones con suficiente fuerza. Eso, a pesar de esa extraordinaria mirada sobre la muerte — o mejor dicho, la alternancia de la vida y la desaparición física — que se convierte en la promesa que todas las personas que saltaron de los barcos de esclavos al mar, no murieron, sino en realidad, encontraron un hogar en medio del horror y el miedo.

¿Puede funcionar una premisa semejante? Coates lo intenta y llena su libro de epígrafes y frases que parecen tener como único objetivo sostener el sentido de la maravilla de la narración “Perdieron tres esta mañana, saltaron de risa loca / a los tiburones que esperaban, cantaron mientras se hundían”. Y hay incluso, pequeños incisos y construcciones de la memoria, que convierten escenas de enorme y dolorosa belleza en anuncios de algo más inquietante y formidable “Mientras tanto, los negros, que se habían bajado, continuaron bailando entre las olas, gritando con todas sus fuerzas, lo que me pareció una canción de triunfo”. No obstante, el regalo de la fantasía no es siempre suficiente para asumir el peso de la gran derrota histórica que supone la esclavitud. Y al final, ese silencio frío, inexacto y amplio, no es otra cosa que el miedo, transformado en una condición en que la fantasía puede ser la última tabla de salvación.

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Aglaia Berlutti
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Written by Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine

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