Amor en tiempos dorados:

La primera gran Diva del cine y su extraño reino. (Parte II)

Aglaia Berlutti
7 min readMay 12, 2020

(Puedes leer la parte I aquí)

A Bette Davis siempre le acusó de deslenguada, agresiva e hiriente. Una Diva, mucho antes que el término describiera a una celebridad malcriada y petulante. En los grandes tiempos de Hollywood, la palabra describía a un tipo de estrella que había rebasado todos los límites y que por si sola, podía sostener un film, una carrera, incluso el estudio al que pertenecía. Y esa era Davis, que floreció como una mujer joven extraordinaria y después, en una actriz madura que representaba lo peor y lo mejor de Hollywood.

Pero para Davis, había una asignatura pendiente. En su última entrevista pública, la ya muy envejecida actriz, se echó a reír en voz alta cuando un periodista le preguntó sobre el amor. “No ha sido uno de mis grandes éxitos”, admitió. Tenía ochenta y un años, cuatro matrimonios a cuestas, dos hijas adoptados y una ajetreada vida sentimental, que incluía romances extra maritales, públicos divorcios y un progresivo desencanto que el público siguió con atención a través de los titulares de revistas. Para 1989 y a unos pocos días de su muerte, Davis disfrutaba del brillo de un mito que la convertía en uno de los rostros del gran Hollywood. Pero también, en una mujer solitaria que murió a solas en el hospital Americano de París, días después de admitir en el Festival de Cine de San Sebastián que “El amor fue una excusa para mirar hacia mi interior, no me gustó demasiado lo que encontré allí”. Nadie podía sospechar que la actriz, que sostenía otro premio homenaje a su carrera, sufría de cáncer y apenas viviría unas cuantas horas más. “Amar es más complejo que el deseo”.

Alguien preguntó a Davis por Joan Crawford y fue la única pregunta que la estrella no respondió. Se atribuyó a una desconocida discreción: la célebre actriz había muerto en 1977 — también de un complicado cuadro de cáncer — y era pública, su enemistad con Davis. Tanto, como para levantar ríos de tinta y los fervores de fanáticos alrededor del mundo. Después de todo, ambas eran brillantes actrices con carreras de enorme importancia histórica, metáforas de un triunfo de triunfo que en medio de los descreídos y cínicos años ochenta, parecía impensable. De modo que cuando Davis sonrió y declinó contestar, se asumió que guardaba tributo a su gran némesis en la vida real y en la gran pantalla.

Pudo ser cierto o no. De hecho, a esa primera segunda siguieron varias, tan insistentes que al final Davis decidió responder, quizás sólo para que la dejaran en paz. Cuando volvieron a interpelarle sobre qué pensaba sobre su compañera de reparto en ¿Qué fue de Baby Jane? de Robert Aldrich (1962), Davis tomó una larga bocanada de aire, miró en otra dirección y pidió un vaso de agua. Por supuesto, fue una puesta en escena para avivar la tensión y espesar el interés. “Al trabajar juntas desilusionamos a toda la prensa americana, que esperaban que nos tirásemos de los pelos. Nada de eso ocurrió y tuvimos una relación muy amistosa”. La mayoría de los presentes torcieron el gesto: la enemistad entre ambas actrices era notoria, muy pública y al final, dolorosamente mezquina. Así que las simples palabras de Davis, sabían a poco, alrededor de las leyendas que la precedía.

No obstante, la actriz no mentía. Años después, biógrafos e investigadores de la historia del cine, descubrieron que toda la muy visible rivalidad entre ambas actrices durante la filmación de la película de Aldrich, fue una estrategia bien pensada por el director del estudio Jack Warner. La intención era crear un clima de misterio y sobre todo, de fiero enfrentamiento que brindara una mayor publicidad a la película y en especial, a ambas actrices. El resultado fue una red de manipulaciones que sostuvo lo que sin duda es una de las leyendas incómodas de la gran pantalla.

¿Pero realmente se odiaron tanto Bette Davis y Joan Crawford? Desde la perspectiva del mundo del cine, veintiún días de filmación fueron suficientes para sostener la leyenda que por años ha intrigado a fanáticos y al público en general. Luego de su enfrentamiento con el estudio, Davis regresó a Warner Bros con la intención de crear una carrera, incluso y a pesar de la oposición de los ejecutivos, que querían usar a Davis como un ejemplo de lo que podía suceder en un acto de rebeldía como el suyo. Pero ya fuera porque el talento de Davis era asombroso o porque los productores sabían de su influencia sobre el público, la actriz regresó a la pantalla grande con una producción extraordinaria en la que además, estaba acompañada por una de las estrellas más admiradas del cine. Ya para entonces Joan Crawford era una celebridad de legendaria belleza, tan inalcanzable que se cuenta que cuando llegó al set de filmación, iba precedida por un grupo de asistentes que entregaron a todos los presentes una carta de presentación. “Por favor, no mirar a la señora Crawford a la cara”.

La enemistad entre ambas nació de inmediato y aunque por décadas, se asumió que se trataba de una batalla entre dos mujeres de igual estatura, ambición y ego, parece que la razón real era más compleja. Según Charles Higham, biógrafo e historiador de cine y autor del conocido libro Bette Davis al desnudo, no sólo se trataba de un caso de envidia, sino también de una complicada jugarreta emocional: La en secreto bisexual Lana Crawford, estaba enamorada de su némesis, a la que llegó a odiar debido a sus reiterados rechazos “Bette estaba irritada por el hecho de que Joan había reemprendido su asedio enviándole zapatos, pañuelos y bisutería”, escribe Higham, refiriéndose a todos los intentos anteriores de Crawford por conquistar a su compañera de reparto. La versión del libro coincide con los rumores de la época, que aseguraban que Davis intentó dejar claro que no tenía interés en las proposiciones de Crawford e incluso, se rumoreó sobre una pelea entre ambas, en la que Davis insistía que su comportamiento “podía poner en peligro la carrera de ambas”. Pero Crawford insistió y al final, Davis terminó por mantener una distancia apreciable al comienzo de las filmaciones de la película de Aldrich. Crawford se lo tomó como un inaceptable insulto.

Unos años antes, el escritor Kenneth Anger aseguró en su conocido libro Hollywood Babilonia, que Crawford pertenecía al llamado Círculo de la Costura, una especie de exclusivo club secreto de celebridades lesbianas que según Anger incluía a Greta Garbo, Marlene Dietrich, Barbara Stanwyck y a la propia Crawford. No obstante, la llegada del temido Código Hays y sobre todo, la presión interna del estudio, obligó a la actriz a crear una imagen de felicidad conyugal que le hizo contraer matrimonio con Alfred Steele, presidente de Pepsi-Cola y adoptar cuatro hijos, todos los cuales, han admitido antes o después, la frustración y la angustia que la vida doméstica provocaba en su madre.

Toda la presión dentro de Crawford pareció estallar cuando Steele murió y rompió el frágil equilibrio que le había llevado tanto esfuerzo lograr. De modo que cuando llegó al set de filmación y encontró a Davis, que de nuevo le rechazó, fue quizás más de lo que la actriz pareció soportar. Además, su rival no sólo se comportaba con una franca hostilidad, sino que llegó a provocarla con maniobras infantiles como convocar una fiesta de Coca- Cola — la tradicional rival de Pepsi — para avivar el carácter de Crawford. A todo lo anterior hay que sumar, las habladurías, chismes y rumores que Warner hizo correr y que llevaron a las actrices a convencerse, que cada una conspiraba contra la otra en medio de un escenario muy público. Al final, la batalla fue de índole tan incómodo y dura, que Warner anunció que “cuidaría en lo posible reunir a las estrellas en próximas producciones”, lo cual por supuesto, no era más que otra maniobra. El estudio avivó los celos profesionales entre ambas, dedicando esfuerzo y dinero a una campaña colosal que le valió una nominación al Oscar a Davis por la película de Aldrich. Crawford se lo tomó como una afrenta personal y echó a andar una ola de rumores incómodos sobre Davis y su notoria vida amorosa que afectó sus posibilidades de triunfr. Al final, no lo hizo. En 1987, Davis reconocería en una entrevista que la maniobra había sido “la mayor tontería de Crawford” y por primera vez, reconoció la enemistad entre ambas. “Estaba furiosa, se comportó como una idiota, nos hizo perder mucho dinero. Yo hubiese sido la primera persona en lograr tres Oscar. Y además, lo merecía. Éramos, como actrices y como mujeres, muy distintas”.

¿Lo eran en realidad? Más allá de sus públicas peleas, se sabe que Davis fue una de las últimas personas en visitar a Crawford durante su enfermedad e incluso, asistió a un acto conmemorativo en el que curiosamente, usó una única frase para despedirla. “Estuviste furiosa en cada oportunidad que te vi” leyó y quizás, esa trágica historia de amor, odio, rivalidad y al final respeto mutuo, sea la forma más sincera de describir a Bette Davis, que llegó a Hollywood con una maleta entre las manos, tomada del brazo de su madre y que se prometió “Que todos los amores dejarían una cicatriz en ella”. Una forma apasionada de crear un nuevo tipo de heroína y villana para el mundo del cine y quizás, también para el mundano que la admiró buena parte de su vida.

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión. Desobediente por afición. Escribo en @Hipertextual @ElEstimulo @ElNacionalweb @PopconCine